Por Pa’i Oliva
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En varias ocasiones Jesús llama a sus discípulos “hombres de poca fe”. Y me he preguntado muchas veces por qué hombres y mujeres, que dieron todo por seguirle, merecieron un apelativo tan duro de una persona tan buena. Leyendo a varios teólogos he encontrado una causa coincidente: los discípulos tenían una fe incompleta. Estaban entusiasmados con la persona del Maestro, pero no entendían el alcance de su proyecto del Reino de Dios.
En nuestros tiempos ocurre lo mismo con muchos cristianos. Pero, en los dos extremos. Unos somos sumamente espirituales. Íntimamente aceptamos a Dios y lo hacemos el centro de nuestra vida, pero no aceptamos o practicamos su Reino, y por eso nunca nos comprometemos con los pobres y desgraciados del mundo. Otros , sin embargo, se comprometen decididamente con el Reino y viven en sintonía con los pobres, pero no se dejan acercar demasiado a Jesús ni al Dios de Jesús. En ocasiones por causa de la Iglesia. En otras, porque Dios les exigiría un desprendimiento mayor interno. Y acaban cayendo en la trampa de “comenzar sirviendo a los pobres y acabar sirviéndose de ellos para ganar poder”.
Demasiadas personas buenas, en realidad, tenemos una fe muerta. Y si no tanto, al menos tan enferma que está en terapia intensiva. La fe viva que nace de Jesús y que se refiere al Dios que Jesús nos mostró, nos exige dos cosas: aceptación de Jesús y también, al mismo tiempo, la entrega al proyecto del Reino de Dios.
Una idea para vivirla hoy Martes Santo.