14 feb. 2025

Un acontecimiento siempre nuevo

Carolina Cuenca

Ahora que estamos escuchando todo tipo de promesas y expresiones populistas de los candidatos de aquí y de allá, llama la atención que ha resurgido el tema de la adhesión o apertura hacia una creencia religiosa como un elemento a considerar a la hora de evaluar moralmente a los pretendientes a ocupar cargos públicos. Lo vimos también en las últimas campañas exitosas en los resultados, aunque mediáticamente ridiculizadas al principio, de los candidatos que ganan espacios en Europa, EEUU y otros sitios... “Ponerse al amparo de Dios” se ha vuelto un ajuste de tuerca a los setentistas perfiles políticos agnósticos, multiculturalistas o abiertamente ateos que hacían gala de su condición de indiferentes o directamente contrarios a la fe.

Una gran mayoría sospecha de quienes ni siquiera aceptan la dirección de un Ser Divino en sus vidas porque si “Dios no existe, todo está permitido”. El dinero, el poder y la responsabilidad que pasa por manos de los que gobiernan requiere no de personas sin límites personales o defectos, sino de personas realistas acerca de estos y una aceptación pública de estos límites es la expresión de religiosidad que se hace con gestos y palabras.

En este sentido, peregrinar a Caacupé, ponerse en camino es un acto de humildad ante la comunidad porque indica que uno también necesita y espera. Y, en particular, caminar hacia un santuario en el que desde hace siglos se veneran dos valores desprestigiados por la potente propaganda posmoderna: la pureza (in mácula) y la maternidad, asociados a una sencilla mujer hebrea, aunque representada con una imagen occidentalizada, que supo ganarse el corazón de las mujeres paraguayas por su silenciosa pero efectiva forma de actuar para el bien de los demás, es un tema a considerar más seriamente en los análisis del fenómeno del 8 de diciembre.

Peregrina y pide el que siente su necesidad y no desecha su deseo de felicidad. No es necesario ser católico para respetar este gesto. Porque mirar a un hombre hacer un gesto de fe, sin los prejuicios de la ignorancia, es contemplar una gran verdad sobre el ser humano: su condición finita y a la vez trascendente. Razón, carnalidad y fe van juntas unidas en la misma arcilla, y van silbando, como el campesino a su chacra, no porque todo esté en su lugar, no porque no haya heridas existenciales ni preguntas, sino porque el hombre es todo eso pero también algo más, por eso puede cantar, rezar y pedir.

Para mí, Caacupé es un acontecimiento siempre nuevo y creo que es un profundo signo de espiritualidad. Hay cierta ternura, amor a la vida y sentido de pertenencia, que se entremezclan con ritualismos y desaliñados entremeses mundanos. Ojalá no terminen de banalizarlo “los expertos” que con su vara de estadísticas y grandilocuentes etiquetas pretenden medir reductivamente la actitud conmovida y fascinada de los que persisten en ir a pie en busca de un pedazo de cielo.