La fama de Jesús se va extendiendo y allá a donde va le presentan enfermos para que los cure. Este día llega a Cafarnaúm, su ciudad, y le presentan a un paralítico en una camilla.
Jesús, en cuanto le ve, le dice: “Ten confianza, tus pecados te son perdonados”. Jesús mira al corazón de la persona y por eso le dice: Tus pecados te son perdonados. Sí, aquella persona necesita ser curada, no puede valerse por sí misma, pero su corazón está necesitado del perdón de Dios.
Los fariseos, al escuchar a Jesús, piensan mal. Tienen un corazón mezquino, pequeño, cerrado, incapaz de abrirse a la verdad. Se creen poseedores de la verdad y terminan por no conocerla.
Jesús tiene con los fariseos una conducta acogedora, les dice: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decir: Tus pecados te son perdonados o decir: Levántate y anda?”
Y Jesús hace el milagro: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El paralítico se levanta, coge la camilla y se marcha a su casa.
San Josemaría se maravillaba al contemplar el perdón de Dios. Decía en una ocasión: “Si consideramos las cosas despacio, veremos que un Dios Creador es admirable; un Dios, que viene hasta la Cruz para redimirnos, es una maravilla; ¡pero un Dios que perdona, un Dios que nos purifica, que nos limpia, es algo espléndido! ¿Cabe algo más paternal? ¿Vosotros guardáis rencor a vuestros hijos? ¿Verdad que no? Así Dios Nuestro Señor, en cuanto le pedimos perdón, nos perdona del todo. ¡Es estupendo!”.
Jesús nos espera en el sacramento de la penitencia para perdonarnos como perdonó al paralítico y llenar de paz nuestros corazones por el perdón.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-feria-v-decimotercera-semana-tiempo-orrio/).