Miriam Morán
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Si tiene tiempo de leer estas líneas, lo más probable es que no esté a su cargo la preparación de la cena de Nochebuena, o ya la terminó de preparar o cual pirata desembarcará en la casa de un familiar o de un amigo llevando de regalo “su presencia”.
Y es que el frenesí de este día es incontenible. Si tiene dudas vaya un rato al súper de su barrio, donde se sentirá como un integrante más de una colonia de hormigas en ardua tarea recolectora, yendo de un lado a otro con el carrito.
También puede dar una vueltita por uno de los shoppings, donde sin falta se encontrará con algún conocido que le expresará la frase de rigor: “felices fiestas” y otras originales fórmulas de saludo findeañero.
Si no quiere palpar este ambiente desenfrenado, lo comprendo y me solidarizo con usted. Pero si olvidó comprarle un regalito a la suegra, siento informarle que tendrá que entrar a la vorágine, porque si no, la desenfrenada será “la sue”. Yo sé de qué le hablo, soy una de ellas.
Cuando vuelva a casa... adivinó: otro loquero de cocina, decorado, regalos, bombitas, vestuario, peluquería, maquillaje, etcétera.
Todavía le falta ir a comprar hielo y de paso uno que otro fosforito, estrellita o ajito (menciono estos petarditos inocentes porque no es políticamente correcto hablar de los cebollones, tres por tres o doce por uno. Usted me entiende, son divertidos, pero muy peligrosos).
Y agradezca que la linda costumbre de visitar los pesebres del barrio se ha acabado, si así no fuera, tendría que estar, además, pendiente del timbre y de agasajar con pan dulce, clericó, sidra o caramelos a los que vienen a mirar su “peselebre”.
Claro que también tiene la libertad de vivir la Navidad con códigos más sensatos, y convertir esta fiesta en una verdadera celebración de paz. No digo que se comporte como extraterrestre y se encierre en el dormitorio, sino que intente evitar que la vorágine lo arrastre.
Cocine, o compre comida, ponga la mesa, decore la casa con sencillez y tranquilidad para reunir a la familia y disfrutarla, evocando el nacimiento que marcó un antes y un después en este mundo.
No hay nada más importante que la familia, que tener a los hijos reunidos en el hogar, a los padres, a los abuelos, a los tíos y a los amigos... Dígame si no vale la pena celebrar Navidad de este modo, con la suegra incluida, obvio.
Y mañana podrá responder a la pregunta de "¿cómo pasaste?”, con un: “súper bien, en familia”. Suena aburrido, pero no lo es. Al contrario, es lo máximo. Si tiene dudas, piense en los paraguayos obligados a pasar solos en España.
Tranquilidad y, ¡feliz Navidad!