23 abr. 2024

Trabajo

Los paraguayos como “condenados hijos de Eva gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”, como dice esa oración católica tan escasamente estimulante, han condenado al trabajo al peor de los destinos.

Es común escuchar en los controles sociales en contra suya afirmaciones como: “Omba’apóva akãre mante ho’a rayo” (solo sobre la cabeza de quien trabaja caen los rayos) o aquel que es aun mas elocuente: “Mba´erã remba´apoiterei si lo mismo pynandínte remanôta” (para que trabajas tanto si igual descalzo morirás). No somos un país estimulador al que trabaja. Al contrario, lo condenamos a las peores penas posibles. El ambiente es poco estimulante, la educación y la alimentación son pobres, pero, por sobre todo, el entorno promueve escasamente al que con su esfuerzo sale adelante. El trabajador es un personaje disfuncional al que habría que perseguir con las peores maldiciones posibles.

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Los finlandeses, con un frío polar y con una población menor que la nuestra, son 7 veces más productivos que nosotros. Tienen, por supuesto, la mejor educación pública del mundo, los maestros son los más prestigiosos protagonistas de la vida social, sus alumnos unos voraces lectores y un gobierno que refleja iguales virtudes. Paraguay es un país que genera muy escasos puestos de trabajo bien remunerados, por lo que hacer lo que hicieron los finlandeses es imposible. En condiciones adversas, sin embargo, el compatriota emerge. Constituyen los mejores albañiles de la fuerza laboral de la construcción en la Argentina, España o EEUU, donde tenemos casi 2 millones de guapos que tuvieron que emigrar porque aquí entre nosotros solo les esperaban rayos sobre la cabeza y burlas sobre su eficiencia. Funcionamos excelentemente afuera cuando el control social no nos observa. Aquí el empleado raras veces admira a su empleador y casi siempre lo odia. Es un gran esfuerzo en las empresas lograr lealtades ciertas y prolongadas. Hay que convertirlo en compadre o comadre para que trabaje como debe y no robe. Hay que mimarlos y si son millennials comprenderlos porque pueden amenazar con sacarse la vida y cumplirlo. Los salarios tampoco estimulan mucho. Casi 2 millones de paraguayos no ganan el salario mínimo por razones varias, pero entre ellas porque casi son inempleables con las capacidades que tienen. Nuestras escuelas y familias tampoco estimulan el esfuerzo. No tienen capacidad de hacerlos con ejemplos de fractura en sus vínculos y porque nuestros maestros se jubilan con 43 años. ¿Cómo decirles que hay que trabajar mucho cuando un ejército de 350.000 empleados públicos viven en una burbuja en condiciones de privilegio frente a millones que deben sobrevivir a cómo puedan pagando sus salarios y privilegios?

El trabajo condenado bíblicamente con aquello de que “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” se vuelve muy impopular el día en que la “condena” para los privilegiados que tienen empleo se transforma como mañana en un feriado que discurre a otro día. No importa que el presidente Abdo viole la ley y menos que nunca haya trabajado antes en nada que se conozca hasta que fue senador primero y presidente después. Como diría un lúcido antecesor suyo: “Zoncera rei niko upéva”.

Los guapos migrantes a los que les hacen lo imposible para votar por los de adentro, envían casi mil millones de dólares al año a sus familiares. Mueven la economía y trabajan mucho más de 8 horas diarias. Claro, afuera no caen rayos, los feriados no se corren y aunque muera descalzo también habrá vivido ganándose el pan de cada día. Feliz día al trabajador de adentro y de afuera. Al guapo, claro.

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