Tengo un vecino que ha pasado por la compleja tarea de conversión de idiota a ciudadano. Así llamaban a los primeros los griegos cuando se referían a aquel dominado por el fanatismo y el egoísmo sobre la cosa pública. Los romanos denominaron en contraposición miembros de la civita a los que se correspondían a una actitud de compromiso con la res pública (la cosa de todos). Pues, este vecino me contó que hace unos cuantos años cuando el candidato de su partido tocaba su puerta, él lo invitaba a pasar. Tomaban un tereré e incluso lo invitaba a comer. Luego de una primera decepción, todavía le dio una segunda chance para ingresar y charlar sobre sus propuestas de cumplimiento imposible. La tercera vez, cuando golpeó de nuevo ya lo atendió de pie y en la puerta. Para finalmente, cuando volvió con los mismos propósitos, se animó a gritarle: “ese che veredagui ani ro japi mba´e” (sal de mi vereda si no quieres recibir una pedrada). Lo más interesante de todo fue que me dijo que nunca se había sentido tan bien ante su partido, su gente y su conciencia cuando se liberó de los traumas y complicidades que lo habían atenazado por mucho tiempo.
Necesitamos gestos y actitudes como esas. Gente que se libere de sus ataduras y que asuma una conciencia crítica que lleve a mejorar la calidad de nuestra democracia que está maniatada por viejas complicidades. Hoy realizar un mitin político para el que tiene dinero no baja de 500 millones de guaraníes. Los que convocan y arrean saben que nadie se mueve sin recibir una paga y los que asisten también conocen que están ahí para ligar algo como me dijo uno de ellos. Es el triunfo del dinero sobre la pasión, el discurso, la doctrina o la tradición. Hoy nadie se mueve electoralmente si no es recompensado pecuniariamente. El día de los comicios cuando el político dice que: “bajaron 200 votos” se me viene a la mente la imagen que recolectó simios desde alguna mata alta del árbol electoral paraguayo. Se siente orgulloso de arrearlos y los arreados, también. A estos últimos hay que decirles que se le vendrán cinco años de miseria, pero por sobre todo de desprecio. El que los compró los repudia desde el fondo de sus entrañas y nada hará por ellos porque los considera prostitutos de la política. Muchos de los adquiridos no pueden entender por qué después de las elecciones ya no tienen tiempo para ellos. Los tontos suman millones en tiempos ordinarios y serán de nuevo los grandes actores en estos tiempos pospandémicos rodeados de necesitad y de angustia si no los despertamos.Nos toca buscar explicar a quien quisiera dejar de ser tonto cómo opera un sistema que los hace más pobres y roba sus impuestos. Si pudiéramos hacerlo solo con 10 de nuestro entorno cercano podríamos avanzar mucho. Cada ciudadano dispuesto a catequizar a un idiota es el camino para remontar esta lógica que nos lleva a convertirnos en un Estado fallido. La peor de las dictaduras es la que tenemos en la actualidad. La del dinero que terminó por acabar con los partidos, dogmas, doctrinas y buenos mandatarios. Hoy un político pobre es un pobre político y eso debe cambiar. Abandonar la condición de tontos es una tarea liberadora enorme que requiere tomar conciencia de esa condición, despertar a los dormidos y construir entre todos: ciudadanía. Los dalits, una casta marginal de la India, no debe tocar a nadie ni con su sombra y asi deben ser tratados los políticos que hicieron del dinero su blasón y vida. Pudimos contra otros rivales peores ¿Por qué no levantarnos contra los que nos han engañado demasiado tiempo?