Siempre que escucho los plagueos que hacemos los paraguayos sobre la falta de desarrollo cultural, se me hacen más serias y urgentes las consideraciones sobre el uso del tiempo, en general, y del tiempo libre, en particular. De cara a las vacaciones de los chicos sería interesante analizarlo. Después de todo, la cultura se cincela en el tiempo.
Por razones económicas razonables, la mayoría de nosotros pasa gran parte del tiempo cumpliendo obligaciones familiares y laborales. Pero no podemos decir que nunca tenemos tiempo libre. Algunos de los típicos usos de ese tiempo son: para el fútbol, para la novela, para el celular, para la farra, para el flirteo, para la fe, para la política, para el arte. Pero ¿con cuánta pasión y conciencia usamos nuestro tiempo libre? Son dos cualidades que revelan nuestra condición de personas: la voluntad, que se nota en la mucha o poca pasión que ponemos en nuestras actividades, y la inteligencia, que está ligada a la conciencia por el indispensable cordón de la verdad. Y no se trata de complicarnos con gastos a veces innecesarios, sino de encontrar y darle sentido a todo lo que vivimos.
Hoy es común ver a padres, por un lado, obsesionados por el éxito de los hijos, preocupados por inscribirlos en todo tipo de actividades poscole, y, por el otro lado, otros que viven en la estratosfera, pensando que sus hijos serán siempre solo hijos a quienes cubrir todas las necesidades y gustos, sin esfuerzo de su parte.
Voluntarismo y laxitud son los extremos de un mismo drama, me parece, que es el miedo a la libertad. Sí, porque en el uso del tiempo se juega la libertad personal. Pero ¿quién nos muestra ese camino hoy? Harían falta adultos interesados, confiados en la positividad de la vida, pero, por muchos motivos, nosotros estamos muy enredados en el uso de la propia libertad. Literalmente, perdemos mucho el tiempo, sobre todo en novelar conflictos, autocompadecernos y/o mutilar la libertad responsable de otros, con chismes y maledicencias. ¡Cuánto tiempo y energía desperdiciados! La generación de nuestros hijos está sufriendo cada vez más el golpe. Cansados y aburridos perennes, impacientes, insolentes y, muchas veces, malhumorados y deprimidos. Ojo, no incluyo las buenas conversaciones en el ítem “pérdida”, porque la comunicación cara a cara salva el mundo.
Quizás estas vacaciones pudieran ser un tiempo de reinicio en la búsqueda de las propias expresiones de nuestro ser y el desarrollo de puentes más humanos entre nuestros hijos y nosotros. Algunos podrán inspirarse en personas exitosas como en el joven multimillonario Mark Zuckerberg, que ha creado la red social más influyente del mundo, de quien se sabe que en su tiempo libre lee libros, estudia idiomas “desafiantes”, como el hebreo, el chino, el latín y el griego antiguo; escucha música y cuida a su mascota, entre otras cosas (por cierto, al uso personal de las redes le dedica poco tiempo). También habría que leer un poco más sobre los hobbies de personajes de la talla del laureado líder político inglés Winston Churchill, que supo volcar su pasión en la res pública durante toda su vida y conducir con éxito a su país “con sangre, sudor y lágrimas” en los difíciles tiempos de la Segunda Guerra Mundial, pero también era un apasionado de la pintura y de las letras (de hecho, fue premio Nobel de Literatura), a los que dedicaba su tiempo libre, o del incansable y carismático defensor de los derechos humanos y de la paz que fue el papa Juan Pablo II, al que le encantaba nadar y hacer alpinismo, además de estudiar idiomas y leer.
No es necesario que abarrotemos a los chicos de actividades desconectadas de su realidad económica o social, sino de encontrar un modo concreto y adecuado que les permita conocerse, ser más ellos mismos, descubrir talentos, desarrollar aficiones y virtudes, entablar amistades, fortalecer lazos familiares, contribuir al bien social, guiados, acompañados y valorados por nosotros en cada gesto.