Cada uno de nosotros hemos de sentir la responsabilidad personal de aportar –con nuestro empeño por ser mejores, con el ejercicio de las virtudes– nueva savia a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, y a la humanidad entera. Todos los días, “cada uno sostiene a los demás y los demás le sostienen a él”.
San Pablo, después de indicar los diversos carismas, las gracias particulares que Dios otorga para servicio de los demás, señala el gran don común a todos, que es la caridad, con la que cada día podemos sembrar tanto bien a nuestro alrededor, amándonos de corazón unos a otros con el amor fraterno, honrando cada uno a los otros más que a sí mismo…
El papa Francisco a propósito de la lectura de hoy dijo: “Sobre el Evangelio de hoy, esta parábola nos hace pensar por qué a todos nos gusta ir a una fiesta, nos gusta ser invitados. Pero en este banquete había algo que a los tres invitados, que son un ejemplo de tantos, no les gustaba.
Si la invitación hubiera sido, por ejemplo: Vengan, que tengo dos o tres amigos negociantes que vienen de otro país, podemos hacer algo juntos, seguramente nadie se habría excusado. Pero lo que los asustaba a ellos era la gratuidad. Ser uno como los otros, allí. Precisamente el egoísmo, estar al centro de todo.
Es tan difícil escuchar la voz de Jesús, la voz de Dios, cuando uno gira alrededor de sí mismo: no tiene horizonte, porque el horizonte es él mismo.
Y detrás de esto hay otra cosa, más profunda: está el miedo de la gratuidad. Tenemos miedo de la gratuidad de Dios. Es tan grande que nos da miedo...
(...) La iglesia nos pide que no tengamos miedo de la gratuidad de Dios. Solamente, nosotros debemos abrir el corazón, de parte nuestra hacer todo lo que podemos, pero la gran fiesta la hará él”.
(Frases extractadas de http://www.homiletica.org/francisfernandez/franciscofernandez0122.pdf y https://www.pildorasdefe.net/liturgia/evangelio-lucas-14-15-24-parabola-invitados-fiesta-desprecio-dios)