26 abr. 2024

Sermones y balas

Blas Brítez – bbritez@uhora.com.py

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Hace unas semanas leí por primera vez el último libro de poemas que publicó en vida el escritor paraguayo Lincoln Silva (1945-2016), nueve años antes de morir en el silencio y la soledad de Asunción, a metros de cuya bahía insomne vivió sus últimos días, en un vetusto y conocido edificio del microcentro.

Había regresado el autor de Rebelión después, desde Holanda, en los primeros años de este siglo, luego de décadas de exilio entre Argentina, Chile y Europa. Pasó más inadvertido en un medio que, simplemente, no lo había frecuentado y solo lo conocía de oídas, a lo sumo de haberlo leído. Un artículo del escritor argentino Mempo Giardinelli, primeramente, del diario porteño Página 12, después, lo devolvieron al ruido póstumamente este año, desde otra ciudad, desde otro país. ¿Lo devolvieron?

Silva nunca resonó en Asunción, en realidad, más allá de aquellas lecturas aisladas, los vistazos ocasionales de la academia extranjera, de los diccionarios, de algún ruido que hizo a su vuelta la publicación de Sortilegio que supuso nuestro apoteosis (Servilibro, 2007), del eco viejo del impacto, finalmente, de su narrativa en Argentina a fines de los años setenta, en exiguos círculos resistentes a la dictadura locales.

No tuvo lectores porque nunca hubo libros suyos en el país, algo, por otra parte, demostrativo no de su falta de notoriedad sino del típico velo paraguayo del silencio, cuando no la censura. Más allá de los clandestinos ejemplares con pie de imprenta argentino de sus novelas, de alguna que otra entrevista a su vuelta, hasta el volumen de poemas publicado hace catorce años, su nombre no había estado acompañado de una presencia física y, sobre todo, literaria. Toda su breve obra anterior fue editada íntegramente en Buenos Aires, como lo mejor de la cultura paraguaya en su tiempo, por lo demás, a causa del coloradismo pynandi, del stronismo de la segunda mitad del siglo XX.

A pesar de haber poseído un ejemplar desde el año en que se publicaron los poemas; de haberlo entrevistado cuando apareció y, todavía antes, cuando regresó al país; de haber hablado con él muchas veces en el desaparecido restorán Biggest (donde hacía “oficina” como otros escritores y periodistas), a pesar de todo esto, nunca había leído el poemario juiciosamente como hasta ahora, acicateado por los ecos bonaerenses y chaqueños de Silva, por el recuerdo vivo de Chester Swann, en última instancia, en cuya demolida casa luqueña accedí a un ejemplar legendario de General General.

En Sortilegio..., con un barroquismo hermético, Silva mezcló tres dimensiones del lenguaje en la vida social: erotismo, literatura y política.

“Hoy también“ es un poemas que tiene alusiones a Stroessner. Si en “Llamada semejante”, en el Paraguay de su vuelta en 2005, la copia de los “modismos del general” (en pleno éxtasis del Tendota autoritario pero ilustrado, Nicanor Duarte Frutos), en aquí, al regresar, ve un “¡mundo normal vivir con su retrato!”.

Silva vivió a dos cuadras del Parlamento recientemente inaugurado entonces con fondos de Taiwán. Se cruzaba todos los días en las calles, en los restoranes, con ese bajo y mediano copete que pulula en el edificio en cuestión. Sabía escuchar el murmullo de lo público. La palabra “Parlamento”, sus derivados o sinónimos, está muchas veces mencionada. En el primero de sus poemas, titulado “Pasos hasta el diccionario”, antes incluso que la referencia al personalismo autocrático de raigambre stronista, de la “farsa parlamentaria”; en otro poema que sugiere el sexo en el centro asunceno, habla del “parlamento convertido en sesgo durante la noche”. Política y erotismo siempre acoyuntados, dentro y fuera de la literatura.

“Alternativas” dice, como si leyera este tiempo: “Verbigracia Paraguay contenido. / Como alternan sermones con balas, / sesgo mayor sin juego consabido”. Los sermones y las balas, la paraguaya herencia religiosa y la militar, resumen dos tentaciones vernáculas en una, la del fascismo: la supresión del cuerpo y de la palabra.

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