El contratista de inteligencia demostró que nadie estaba a salvo de las interceptaciones de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), y mucho menos los estadounidenses, cuyas comunicaciones privadas son supuestamente protegidas por la Constitución.
Diez años después, Snowden vive exiliado en Moscú y la inteligencia estadounidense aún recolecta enormes cantidades de información privada almacenada y transmitida electrónicamente.
Pero sus revelaciones tuvieron un impacto duradero, al impulsar la protección de la privacidad en Europa y Estados Unidos y acelerar el uso de encriptación.
Tras las filtraciones “se produjo un histórico debate en casi todas las democracias occidentales sobre la relación entre los ciudadanos y los programas estatales de vigilancia masiva, sobre si la supervisión de esos programas era adecuada”, dijo Ben Wizner de la oenegé American Civil Liberties Union y abogado de Snowden.
Snowden, un joven administrador de sistemas de la NSA de 29 años, descargó miles de documentos de la NSA y la CIA que mostraban el alcance de la red mundial de recopilación de datos que se puso en marcha tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Los documentos que entregó a periodistas en encuentros secretos en Hong Kong mostraron cómo la inteligencia estadounidense trabajaba con el GCHQ británico y otras agencias para crear archivos sobre miles de millones de personas sin ningún motivo de sospecha. Evidenciaron que Estados Unidos era capaz de poner bajo escucha los teléfonos de líderes aliados y que la NSA disponía de un programa llamado Prism que recolectaba datos de gigantes de Internet como Google y Facebook, con y sin su acuerdo.
La NSA recopiló datos de llamadas del principal proveedor de telefonía móvil, Verizon, y rastreó recurrentemente los datos de empresas públicas, hospitales y universidades. También reveló que el servicio de inteligencia británico GCHQ captó, con la ayuda de la NSA, todo el tráfico que circulaba por los mayores cables submarinos de comunicaciones mundiales.
La GCHQ además tomó subrepticiamente millones de fotos de las cámaras de ordenadores de gente común, mientras estaban en los chats de webcam de Yahoo.
El problema, dijo Snowden, no fue la justificación de la lucha contra el terrorismo, si no que había programas secretos virtualmente sin límites. Las revelaciones indignaron al público, pero también a la inteligencia estadounidense, que acusó a Snowden de devastar los programas antiterroristas y ayudar a los enemigos.
Las agencias de espionaje rechazaron sin embargo enumerar el daño causado, y advirtieron únicamente que su vigilancia permitía prevenir decenas de ataques.
Snowden obligó a la Casa Blanca, al Congreso y a las cortes a revertir el curso de las actividades de espionaje que habían aprobado en secreto, a revisar las competencias de la NSA y a cancelar algunos programas.