19 abr. 2024

Roa Bastos, periodista en tiempos de crisis

Un 13 de junio de 1917 se registra el nacimiento de Augusto José Antonio Roa Bastos en Asunción, quien sería internacionalmente conocido como novelista. Aquí develamos su faceta menos conocida, la de periodista, que le valdría su primer exilio.

Augusto Roa Bastos, dictando un taller a periodistas de Última Hora, tras su regreso del exilio.

Augusto Roa Bastos, dictando un taller a periodistas de Última Hora, tras su regreso del exilio.

Antonio V. Pecci

Periodista e investigador

El inicio del trabajo sistemático con las palabras y el lenguaje se da en el caso de nuestro personaje cuando ingresa a principios de la década de 1940 a la redacción del diario El País, donde va a comprometerse profundamente con el oficio de escribir, en un país que vivía una atmósfera política asfixiante.

Roa, como los demás periodistas, le estaba dando voz a la gente, venciendo ellos mismos el miedo que tenían, escribiendo bajo un gobierno militar que había hecho famosos los campos de concentración de Peña Hermosa e Isla Margarita, donde eran destinados políticos, sindicalistas, maestros y que ocasionaron el repudio de organismos de derechos humanos de varios países. Lo que dio lugar incluso a la visita de una delegación de destacadas personalidades argentinas a Asunción para verificar la situación de los detenidos y lograr su liberación ante el régimen del general Higinio Morínigo (1940-1948).

En esa atmósfera, los periodistas realizaban su labor. Varias publicaciones y programas radiales habían sido acallados por el citado dictador, que gobernaba sin Parlamento, con una dócil cúpula judicial, y que terminaría llevando al país a una desastrosa guerra civil, debido a sus ansias de poder. Los partidos políticos tenían su actividad prohibida bajo la ‘tregua política’, los sindicatos corrían igual suerte y toda otra forma organizativa. Las radios y la prensa estaban bajo severo control desde la Denapro (la Dirección Nacional de Propaganda), donde se originaban las advertencias y órdenes de clausura.

Pero la finalización de la Segunda Guerra Mundial en mayo de 1945, con el triunfo de los Aliados, significó un grave revés para el régimen autoritario de Morínigo, partidario de la Alemania nazi, quien en el último momento rompió relaciones con el gobierno de Hitler, en un intento de cambiar de máscara. Una zigzagueante actitud que fue ampliamente documentada en el libro Nazismo y fascismo en el Paraguay de Alfredo Seiferheld.

En junio de 1946, la oficialidad joven del Ejército emite un pronunciamiento dirigido al gobierno en el que exigía la convocatoria a elecciones con la participación de todos los partidos políticos y el retorno de los militares a los cuarteles. Es decir, el fin del gobierno militar. En la vecina Argentina se daba un fenómeno similar, en que un régimen de igual signo se retira, dando lugar a elecciones libres, que consagran en las urnas a Juan Domingo Perón.

El régimen de Morínigo cede en apariencia, y conforma un gabinete civil con dirigentes colorados y febreristas, excluyendo a liberales, para iniciar la convocatoria a elecciones. Emite la autorización para que vuelvan a funcionar los partidos políticos y sindicatos, se inicia lo que se dará en llamar ‘la primavera democrática’ que durará seis meses y se produce el retorno de los principales líderes políticos en el exilio: el liberal José P. Guggiari, el coronel Rafael Franco, febrerista y dirigentes comunistas como Óscar Creydt y Obdulio Barthe. Aunque sigue vigente el sistema represivo, la ciudadanía vive la euforia de mitines, actos culturales, programas radiales, edición de boletines y panfletos.

UN PERIODISMO CRÍTICO AL PODER

Estas actitudes contradictorias del régimen son cuestionadas desde la prensa. Roa Bastos, a la sazón secretario de Redacción de El País –cuya dirección ejercía Vicente Lamas–, es uno de los férreos críticos de las autoridades, que desvela el doble discurso que emplean.

Sus escritos aparecen en la sección editorial, pero también en la página política del citado periódico, columnas con su firma, como Lo que el pueblo reclama con urgencia y Política y fraternidad, son algunas de ellas, que caen como un balde de agua fría en el Palacio de López.

Sus dardos están dirigidos en particular al político colorado que definía la estratega del gobierno, Natalicio González, ministro de Hacienda, intelectual colorado y líder de la corriente Guion Rojo, de accionar fascista, quien se oponía a la apertura democrática. Estos grupos parapoliciales, al estilo de los ‘camisas negras’ de Mussolini, habían asaltado meses antes la sede del diario, intentando destruir las máquinas.

En una de las entrevistas que mantuvimos con el autor de Hijo de hombre, él evocaba esos días. Cuando aún seguían los combates finales de la revolución de 1947, Roa Bastos estaba en su casa en Villa Mora una noche, cuando “de pronto oí el ruido típico de las patrullas que estaban buscando cómo entrar… me sentí como un ratón acosado, no sabía qué hacer, lo único que se me ocurrió fue poner la escalera contra el techo y subirme. Pero no me sentía seguro, entonces vi el tanquecito de agua hecho de tambores de aceite que uno ponía en su casita barata y me metí dentro del tanque y estuve ahí mientras los tipos entraban, sacaban todo, rompieron, tiraron los libros, mis trajes y una máquina de escribir, se los llevaron”’ Estuvo hasta el amanecer en el tanque y luego fue a la casa principal, en paños menores, “y se asustaron todos”. Se pusieron en contacto con Guy de Holanda, agregado cultural de la Embajada de Brasil, y amigo de Augusto, quien lo llevó a su casa por unos días y luego a la sede de la Embajada. “Éramos más de 200 ahí, incluso hubo varias tentativas de entrada de los ‘guiones’ por encima de las murallas para secuestrarnos”.

El País sería intervenido en marzo de 1948 y el gobierno destituiría a su director para nombrar un funcionario oficial quien tendría a su cargo el manejo de la redacción. A Roa, luego de tres meses de alojamiento en dicha sede, le concederían el salvoconducto. Acompañado del cónsul de dicha embajada y en un coche con chapa diplomática sería sacado y llevado hasta el Puerto. Allí un grupo de Guion Rojo, al percatarse que se trataba del odiado periodista a quien en vano habían intentado secuestrar de su casa, arremeten contra él cuando iba a subir a la lancha. El funcionario diplomático llamó a los marineros que hacían guardia y les exhibió el documento de salida del refugiado, y estos procedieron a contener a los guiones rojos. De ese modo, Roa pudo abordar el hidroavión que hacía el viaje regular entre Asunción y la capital porteña. Terminaba una pesadilla y comenzaba una nueva etapa, incierta, lejos de la tierra, de la familia, de los amigos de ‘Vy’a raity’. Viviría su primer exilio, contaba con 30 años.

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