Durante mucho tiempo se creyó que los recursos naturales volvían ricos a los pueblos, y era verdad en algunos casos; solo que las cosas cambiaron y hoy la riqueza se siente en la mentalidad, la actitud y la inteligencia aplicada de los ciudadanos a un espacio llamado país. Eso pasó en las últimas tres décadas a un ritmo brutal haciendo que el conocimiento constituya ahora el 2/3 de la riqueza del mundo. Mientras algunos pueblos primitivos presumen del petróleo, la soja, la carne o los minerales, los de avanzada están diseñando nuevos escenarios, donde, entre otras cosas, los paraguayos –que alardeamos de que somos ricos por las hidroeléctricas– estaremos desfasados sin haber aprovechado nuestra riqueza. Alemania generará en 26 años desde sus casas toda la energía que necesita este país, ubicado entre las cinco grandes economías del mundo. La energía será gratuita luego de la inversión en paneles solares o molinos eólicos.
Nuestro país financió de manera generosa la industrialización del Brasil concediendo a precio de costo la energía sobrante de sus derechos del 50%. Pagamos una deuda a un interés del 11% cuando en la calle los brasileños pagan 5%, o sea hacemos que la deuda se proyecte hasta el fin del acuerdo leonino en el 2023, cuando a los precios reales de mercado de la energía y a los intereses bancarios, hace rato hemos pagado todo lo que nos correspondía por haber puesto “solo el agua”, como dicen algunos legionarios de nuevo cuño. Este país tiene tan poco interés en velar por sus riquezas, que cada gobernante que pasó por el Palacio de López lo único que hizo fue mirar al pobre arquero a quien deberían haber defendido desde la barrera para disfrutar cómo nos hacían los goles desde afuera. Algunos dirán que es falta de patriotismo; considero que no. Es ausencia de conocimiento financiero básico y de valores económicos simples. Nuestros empleados de Yacyretá e Itaipú con los mejores salarios del mercado no saben, no quieren y menos sienten el deseo de defender lo que es nuestro.
La carencia de educación acumulada en los últimos 50 años nos ha llevado a perder energía, vidas, oportunidades y en general, desarrollo. Somos un pueblo pobre que se ufana de tener el per cápita hidroenergético más grande del mundo, ser el cuarto exportador de soja del mundo, el séptimo de carne vacuna, capaz de alimentar con su producción a 80 millones de seres humanos del mundo, pero incapaz de hacerlo con más de dos millones de nuestros compatriotas que cada día van a la cama sin haber comido nada antes. Qué ironía más cruel. La misma del IPS, cuyos administradores se sienten felices de inaugurar en poco tiempo un hospital para gerontes jubilados, pero incapaz de curar, cuidar y proteger la salud de quienes están en edad de producción y probablemente nunca lleguen a usar el centro asistencial construido hoy en San Bernardino. Sus administradores no saben dónde colocar sus casi dos mil millones de dólares mientras sus asegurados rezan para que muera el que está en terapia intensiva para que su familiar tenga chance de ingresar a la misma.
Nuestra pobreza es la ignorancia y la incapacidad de sentir la vida del otro. Egoísmo puro y ausencia de amor. Ahí debe librarse la gran batalla de la democracia paraguaya. Sin eso seguiremos distraídos cazando pokemones mientras la pobreza nos sume en el abandono y la miseria. Despertemos como país.