19 abr. 2024

¿Recién pasaron cien días?

Alfredo Boccia Paz – @mengoboccia

Un día, hace mucho tiempo, nos sumergimos en un inesperado bucle temporal y muchos aspectos de nuestras vidas se detuvieron inesperadamente. Comenzamos un abrupto aislamiento para el que nadie estaba preparado. Fueron a parar a una incierta carpeta provisoria los proyectos de vida, la rutina laboral, los planes de estudio, los hábitos cotidianos y buena parte de nuestras terrenales seguridades. Entre estas últimas, la principal: La ingenua y arrogante creencia humana de dominar la naturaleza. Desde entonces, nos encontramos atrapados en un recurrente ciclo de tiempo, en el que todos los días son iguales, aunque muy distintos a lo que eran en el pasado.

Un día, hace como cien días, fuimos empujados a una intimidad a veces amable, a veces rarefacta, pero siempre algo distópica. Reducidos al hábitat de nuestras casas, comprobamos cómo ese espacio propio magnificaba su influencia en nuestro bienestar/malestar. No solo por aquello que cada casa es un mundo, sino porque el confinamiento trasladó nuestras desigualdades macro a miles de microhistorias familiares. El malestar de la cuarentena puede medirse en metros cuadrados de techo, en calidad de baños, cantidad de artefactos eléctricos, en espacios propios versus hacinamiento y un largo etcétera.

Señalado este sesgo burgués del análisis, aceptemos que todas las familias, con sus distintas circunstancias, fueron sometidas a una convivencia obligada que pudo ser vivida como un sano redescubrimiento o una experiencia insoportable. Como dicen, cada familia, un universo. De paso, sorprendería a muchos espíritus conservadores comprobar que esa familia ideal compuesta por papá, mamá e hijitos es más frecuente en las modosas calcomanías que en la realidad del extenso Paraguay.

Cien días de reclusión. La aceptamos porque tenía lógica, porque no había otro camino, porque nos aterraban las imágenes de otros países. Encerrarse mientras el país compraba lo que nunca tuvimos no era una opción, era nuestra única salida. Vislumbramos que podíamos dejar de vivir y recordamos entonces que lo más importante de la vida es la vida misma.

Solo que no es normal estar mucho tiempo impasiblemente escondidos mientras afuera hay un mundo que se desploma y gente sufriendo. Es una situación emocional y afectiva demasiado intensa como para que salgamos indemnes. Por eso hay tanta gente aprehensiva, ansiosa, con insomnio, sueños raros o ataques de pánico.

A algunos le afecta más la imposibilidad de abrazos familiares, a otros el asadito “entre los perros”, a muchísimos el fútbol, reducido a la televisación de nostálgicos partidos del ayer. Son carencias que no se llenan con nuevas rutinas de ejercicios, limpieza hogareña o lecturas postergadas. Menos mal que existen los celulares y las computadores que nos hiperconectan con el mundo. ¿Cómo habríamos soportado esta cuarentena si hubiera ocurrido tan solo veinte años atrás?

Aventura introspectiva e intransferible la de estos cien días. Pero, a la vez, global. Cada uno con sus problemas pero compartiendo masivamente una angustia mayor: La económica. Con más desempleo y menos ingresos, golpea la incertidumbre del futuro. Todos emergeremos más pobres de esta pandemia, aunque la afirmación signifique cosas muy distintas según los individuos y los países. Podemos suponer que lo peor está pasando y que el Paraguay se está convirtiendo en un extraño caso epidemiológico. Se robaron –o lo intentaron– la plata de los insumos, pero el virus no se diseminó. Ojalá estemos entrando a la “nueva normalidad”. Me la imagino con muchas precauciones, pero con gradual recuperación de nuestras viejas rutinas. No la puedo concebir con la misma corrupción, impunidad e inutilidad que vimos hasta ahora. Si los perdonamos, significa que no hemos aprendido. Que somos irredimibles. Que cien días de sufrimiento no fueron suficientes.

Más contenido de esta sección
Las ventas al público en los comercios pyme de Argentina cayeron un 25,5% interanual en febrero pasado, golpeadas por la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores a causa de la elevadísima inflación, y acumulan un declive del 27% en el primer bimestre del año, según un informe sectorial difundido este domingo.
El mandatario decidió crear el fondo nacional de alimentación escolar esperando un apoyo total, pues quién se animaría a rechazar un plato de comida para el 100% de los niños escolarizados en el país durante todo el año.
Un gran alivio produjo en los usuarios la noticia de la rescisión del contrato con la empresa Parxin y que inmediatamente se iniciaría el proceso de término de la concesión del estacionamiento tarifado en la ciudad de Asunción. La suspensión no debe ser un elemento de distracción, que nos lleve a olvidar la vergonzosa improvisación con la que se administra la capital; así como tampoco el hecho de que la administración municipal carece de un plan para resolver el tránsito y para dar alternativas de movilidad para la ciudadanía.
Sin educación no habrá un Paraguay con desarrollo, bienestar e igualdad. Por esto, cuando se reclama y exige transparencia absoluta en la gestión de los recursos para la educación, como es el caso de los fondos que provienen de la compensación por la cesión de energía de Itaipú, se trata de una legítima preocupación. Después de más de una década los resultados de la administración del Fonacide son negativos, así como también resalta en esta línea la falta de confianza de la ciudadanía respecto a la gestión de los millonarios recursos.
En el Paraguay, pareciera que los tribunales de sentencia tienen prohibido absolver a los acusados, por lo menos en algunos casos mediáticos. Y, si acaso algunos jueces tienen la osadía de hacerlo, la misma Corte Suprema los manda al frezzer, sacándolos de los juicios más sonados.
Con la impunidad de siempre, de toda la vida, el senador colorado en situación de retiro, Kalé Galaverna dijo el otro día: “Si los políticos no conseguimos cargos para familiares o amigos, somos considerados inútiles. En mi vida política, he conseguido unos cinco mil a seis mil cargos en el Estado...”. El político había justificado así la cuestión del nepotismo, el tema del momento.