25 abr. 2024

¿Quién dice la gente que soy yo?

Hoy meditamos el Evangelio según san Lucas 9,18-21. Cuenta el Evangelio de hoy que en una ocasión se encontraba Jesús a solas con sus discípulos.

Como era su costumbre, Jesús estaba orando. Aquellos ratos de oración con el Maestro debieron imprimirse con fuerza en la memoria de los apóstoles. Muchos de esos episodios sucederían a cielo abierto. Jesús hablaba sin ruido de palabras con su Padre. Quizás de vez en cuando alzaría la mirada a lo alto.

El silencio sería magnífico. Se percibía con nitidez el susurro del viento, cortado por las afiladas hojas de los pinos; o el balar lejano de una oveja que pastaba en la ladera; incluso el revolotear de los pájaros vibraría en el aire, con ráfagas fugaces.

Mientras tanto, los discípulos observarían a su Maestro con gran atención, tratando de imitar su disposición recogida y serena y acompañar su plegaria interior. Judas quizá piensa en sus pequeños afanes y espera inquieto a que aquel rato de oración termine, mientras el joven Juan mira de hito en hito a su Señor. Pedro está sentado también cerca de Jesús y medita quizá en la responsabilidad que va depositando en él el Maestro.

De pronto, la voz hermosa de Jesús quiebra gentilmente el silencio y se descuelga con una pregunta incisiva y dirigida a sus discípulos, sobre el gran misterio de su identidad, ese que todos deberíamos desvelar en esta vida: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”

Cuando han terminado de ofrecer las distintas versiones de Jesús que se ha forjado la gente, con un contraste muy elocuente, les interroga: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Vosotros, que oráis junto a mí y por eso recibís dones que otros no tienen, “¿quién decís que soy yo?” La voz resuelta de Pedro interviene entonces atajando toda tentativa: “El Cristo de Dios”.

La amistad con Jesús pide de nuestra parte una respuesta similar y resuelta, llena de fe, como la de Pedro: “Tú eres el Cristo de Dios”.

Qué útil resulta la sugerencia de san Josemaría: Enciende tu fe. No es Cristo una figura que pasó. No es un recuerdo que se pierde en la historia. ¡Vive!: “Jesus Christus heri et hodie: ¡Ipse et in sæcula! -dice San Pablo- ¡Jesucristo ayer y hoy y siempre!” (San Josemaría, Camino, n. 584). Esta convicción confiada y forjada en la oración será tan fuerte que cambiará nuestras palabras, nuestras obras y nuestros hábitos.

(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/evangelio-feria-vi-vigesimoquinta-semana-tiempo-ordinario/).

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