Jesús hace milagros, pero busca enseguida que no sean mal entendidos. Así, nada más realizar algo sorprendente, envía a los discípulos a la “vida ordinaria”, al lago, donde se desarrolla la vida habitual de muchos de ellos y donde lo normal es tener que bregar en el oleaje. Porque él no ha venido al mundo para hacernos todo más fácil, sino para que le demos la mano en nuestro caminar y, con su ayuda, podamos vencer las hostilidades del demonio y tener fuerza y esperanza en nuestras dificultades.
¿Por qué a veces nos cuesta reconocer la presencia de Dios en nuestro día a día? Oímos decir a Pedro: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. En estas palabras se intuye tanto confianza en Jesús como incapacidad para reconocerle a fondo. Solo el Señor nos puede decir hasta qué punto su confianza era humana y hasta qué punto Pedro entendía lo que iba a decir en breve: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Podemos tomar pie de ellos para pensar en los nuestros: ¿Cómo contamos con Dios en el día a día?, ¿con qué intenciones nos acercamos a Él o le dejamos que entre en nuestras vidas?, ¿para que haga por nosotros lo que supone esfuerzo?
La vida no puede afrontarse con mentalidad meramente humana. Precisamente porque nuestra vida es como una “carrera” que no es solo humana, o sea, que tiene como meta algo que está más allá de lo meramente humano.
En esta vida podemos caminar con seguridad humana cuando afrontamos empresas que dependen de nuestras fuerzas. Pero esto no es así con las empresas sobrenaturales. El Evangelio de hoy nos invita a no confiar excesivamente en nosotros mismos y a abrirnos a aquel que puede de verdad sanar y llenar el corazón humano de verdadera paz y confianza.
https://opusdei.org/es/gospel/2022-08-02/