“Sino que por haberos dicho esto, vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado”.
“Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito”. Con el envío del Espíritu Santo, nos convertimos en templos del mismo Dios y podemos experimentar una relación íntima y maravillosa con Él.
En la intimidad de la Última Cena, el Señor, que sabe que sus discípulos le abandonarán durante su pasión y muerte en la cruz, les ofrece la promesa del envío del Espíritu Santo, el abogado y consolador.
Puede sorprendernos un poco la firmeza con la que Jesús les dice que conviene que se vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu a ellos (cfr. v. 7). No sabemos muy bien si los apóstoles entenderían ese “irse” del Señor como algo definitivo, en clara referencia a su muerte o a la posterior ascensión, pero en cualquier caso no les agradaría la idea de “perder” para siempre a su Maestro.
Como los apóstoles, también nosotros en ocasiones no entendemos el modo de actuar de Dios en nuestra vida, en la de los demás o incluso en el mundo y en la historia.
En esas ocasiones, podemos recordar la enseñanza de san Pablo: “Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio” (Rm. 8,28). Y es que lo mejor para sus discípulos en ese momento era que viniera el Paráclito.
(Frases extractadas de opusdei.org/es-py/gospel/2024-05-07/)