Según las organizaciones internacionales del área de la salud, una sola pila de mercurio puede contaminar 600.000 litros de agua y una sola pila alcalina cerca de 167.000 litros. En la jornada del sábado se encontraron grandes cantidades de ambos tipos de pilas usadas, arrojadas al río con irresponsabilidad criminal, con pérdida de elementos como mercurio, litio, plomo o cadmio, todos considerados altamente cancerígenos, al igual que basura proveniente de hospitales y centros sanitarios, como sondas, jeringas, instrumentos médicos, que en la mayoría de los casos pueden contener bacterias y agentes transmisores de enfermedades, y que por ello requieren un sistema especial de tratamiento y eliminación.
También se ha reportado el hallazgo de grandes cantidades de bolsas plásticas arrojadas, las que resisten durante larguísimos periodos a la descomposición en el medioambiente y tienen un efecto elevadamente tóxico para animales y plantas, al igual que para el agua.
Esta situación solo reafirma la gran inconsciencia de un amplio sector de la población, que en lugar de contribuir a clasificar y disponer adecuadamente sus residuos, los arrojan en cualquier lugar, de cualquier manera, sin tener en cuenta que de ese modo está contaminando su propio ambiente, su lugar de vida y el de sus hijos. Somos puercos.
El patético panorama del río contaminado y sucio también denota la gran inoperancia de las autoridades, tanto municipales, departamentales y del Gobierno Central, con su absoluta incapacidad para frenar la grave y acelerada polución de nuestro principal y más valioso recurso natural: el agua.
Es llamativo. Mientras en otras zonas ya consideradas desiertas del planeta, naciones y grupos humanos libran guerras por disponer del agua potable, en nuestro país, donde la naturaleza nos ha bendecido con algunos de los más caudalosos y bellos ríos del mundo, los utilizamos como vertederos para cubrirlos de basura altamente tóxica.
Es verdad que existe una pobre educación ambiental en todo sentido, pero también existe una gran impunidad, una total desidia a nivel de todos los gobiernos, una absoluta falta de control y de sanción a los ecodelincuentes, falta de sistemas de tratamiento eficaz de aguas y residuos que puedan responder adecuadamente a la dimensión del problema. Todo es precario, insuficiente. Las mismas obras públicas que se ponen en marcha obedecen más al lucro comercial que a una responsabilidad social y ambiental para atenuar los efectos.
Somos puercos. Estamos destruyendo inconscientemente nuestro mejor lugar de vida. Es de esperar que nos demos cuenta de ello y hagamos algo para revertir el gran daño, antes de que sea demasiado tarde.