No hay duda de que el dictador sirio Bashar Al-Assad es un criminal de guerra y merece ser tumbado; el problema es quién lo tumba y para qué. Me parece atinada esta opinión del analista Nafeez Ahmed, publicada en The Guardian, el 30 de agosto pasado.
Sin justificar al régimen, Ahmed señala que en el conflicto sirio han intervenido intereses dudosos, como los petroleros.
No se trata del petróleo de Siria, sino de los oleoductos que se quiso hacer pasar por ese país.
En el año 2009, se decidió construir un oleoducto que, partiendo de Catar, pasara por Arabia Saudita y Siria, para llegar hasta Turquía, desde donde el petróleo se enviaría a Europa. Assad se negó a participar y propuso como alternativa un oleoducto que, partiendo de Irán, pasara por Irak y Siria, para llegar hasta el mercado europeo.
Esto podía beneficiar a Irán y a Rusia, que se evitaba la competencia del hidrocarburo del Golfo Pérsico; perjudicaba a Catar y Arabia, y molestaba a Inglaterra y Estados Unidos. Según declaró Roland Dumas, ex canciller francés, altos funcionarios británicos le dijeron que pensaban intervenir en Siria apoyando actividades contra el Gobierno.
La intervención inglesa, norteamericana y saudí ha sido comentada por el analista norteamericano Seymour Hersh y por Glenn Greenwald, el destapador de la olla del espionaje de la NSA (agencia secreta norteamericana).
Lo anterior no significa que la insurrección contra la tiranía de Assad sea un simple producto de la injerencia extranjera, sino que dicha injerencia manipula la justificada reacción popular, por motivos que no responden a los intereses populares.
Los países occidentales, que tienen gobiernos democráticos a nivel nacional, han actuado en forma mezquina a nivel internacional, poniendo y quitando dictadores de acuerdo con sus intereses.
Aparentemente, el presidente Obama estaba dispuesto a seguir en esa misma línea, bombardeando Siria para darle una lección al tirano Assad, pero sin intenciones de matarlo ni de tumbarlo, lo cual hubiera sido castigar de más al sufrido pueblo sirio.
En los últimos días, las cosas parecen cambiar, dándose espacio a una solución negociada, para evitar que sigan muriendo civiles.
Rusia, cuyo apoyo al régimen sirio es cuestionable, ha presentado una opción razonable, la de poner el arsenal químico de Assad bajo el control internacional, con miras a su destrucción.
Es una forma de evitar que se lo siga usando, o de que pueda caer en manos de terroristas, en caso de caos político después de Assad, quien parece tener los días contados. Francisco I, el Pontífice romano, con su llamamiento a la paz, ha ganado credibilidad y se la ha quitado a la política de intervención militar discrecional.