Por Jaime Egüez, presidente del Club de Ejecutivos
Recurrente es la capacidad que tenemos, tanto en los medios como entre los ciudadanos, para dedicar esfuerzo en crear un ambiente de negatividad y de confrontación, donde se hace difícil encontrar el objetivo que buscamos cambiar o conseguir. Casi nadie debate ideas, propuestas, problemas. Más se apela a la descalificación personal.
Trabajamos tanto en describir las circunstancias, el contexto, los condenados, los inocentes, que anulamos toda capacidad de reflexionar sobre el desafío a solucionar. Así dejamos de plantear cuáles son las opciones para construir o cuál es la complejidad del problema que enfrentamos. Todos queremos opinar, tirar la mayor cantidad de ladrillos. Pero cuando nos piden trabajar para levantar el muro nos excusamos de las maneras más creativas que solo ilustran la tremenda irresponsabilidad de nuestras posiciones.
Da la sensación de que caminamos en una catarsis permanente entre los interlocutores. Paraguay pelea contra sí mismo. Y esto de algún modo no nos permite darnos un mínimo de tiempo en ver dónde estamos, pero sobre todo de dónde venimos. La llamada salud mental, o mejor definido el estado de ánimo, depende esencialmente de nuestros pensamientos del presente. Y estos son bombardeados intensamente de forma negativa por todo lo que recibimos de muchas maneras.
Dentro de esta dinámica actual es difícil concentrarnos en entender el dato, el elemento que fuera de discusión no es una opinión, no es una percepción, sino es un dato concreto. Aquí traigo a la reflexión un punto que en el libro 12 reglas para vivir, del autor Jordan Peterson, expone algunas de las cosas que podemos ejercitar para no caer en un caos mental. Entre las más importantes quizás, rescato el de mirarnos en nuestra evolución en el tiempo y no condenarnos en lo que somos hoy contra la imagen aspiracional del futuro. Un punto más que vital en nuestro país es el de valorar lo que hemos conseguido mirando qué nos hizo diferentes hoy a lo que éramos décadas atrás. Esto nos dará esperanza para continuar luchando por lo que queremos conseguir. Concentrarnos más en lo que funciona y no desgastarnos en lo que aspiramos hacer.
En las visitas de las delegaciones de empresarios extranjeros me ha costado mucho aceptar cómo todos los que llegan vienen con una ansiedad enorme de ver cómo lo hemos hecho. Quieren aprender. Cómo Paraguay tiene las mejores condiciones de la región, a tal punto de diferenciarnos en nuestro camino al desarrollo. Cuando doy mi exposición sobre lo que hemos hecho y conseguido, nos sorprenden sus comentarios de aprobación con respecto a otros países con muchos más recursos que los nuestros.
He insistido bastante en que nosotros, los del sector privado formal, creemos que estamos a mitad de camino con mucho aún por mejorar en temas transversales, como los de reformas públicas, seguridad jurídica, formalización de las instituciones de control. Y luego de esta observación, la mayoría me confirma que en sus países ni estas cuestiones se han planteado. Evidentemente que el esfuerzo no ha sido en vano. Que hay muchos paraguayos que están construyendo un país mejor, desde el sector privado formal, desde las instituciones públicas, desde los espacios representativos como el Congreso.
La respuesta de muchos ante esto creo que sería que los de afuera no saben cómo se vive el día a día en nuestro vecindario. Y esta apreciación es tan verdad como que nosotros no sabemos cómo es la realidad tan dura de nuestros vecinos que, a pesar de tener nuestras limitaciones, nuestro presente es mucho más esperanzador que el de ellos y por esto vienen a Paraguay.
Debemos trabajar más en construir espacios sanos, espacios de debate, trabajar con temas como los de Itaipú, contrabando, deuda pública, compras del Estado, reforma de la Caja Fiscal, eficacia del aparato estatal y de sus funcionarios. No personalicemos más nuestras limitaciones. Seamos responsables con nuestro futuro.