28 abr. 2024

Paraguay pos-Covid

Luis Bareiro – @Luisbareiro

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Familiares esperan por sus pacientes a las afuera del Hospital de Clinicas.

Foto: Daniel Duarte.

Dicen que es en las situaciones excepcionales cuando mejor se conoce a la gente. Así, la magnitud y atrocidad de esta pandemia nos permite descubrir nuevos niveles de miserabilidad en unos, y sorprendentes gestos de solidaridad en otros.

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En una misma semana vimos a familias enteras preparando alimentos para quienes están obligados a montar guardia en los hospitales, donde amigos y parientes pelean por sus vidas; y observamos los rostros imperturbables de aquellos que con total desparpajo se aplicaron las vacunas que correspondían a personas de 85 años y más. “No es un delito”, se justificaba el abogado que integró el vergonzoso grupo, en la cúspide de la procacidad.

La Biblia y el calefón. Como en aquel tango del siglo pasado, conviven en nuestra sociedad la corrupción pública y el cinismo desvergonzado de quienes creen que la avivada criolla es un mérito, y una red natural de contención construida a partir de determinados valores que a veces minimizamos, y que, sin embargo, son lo único que impide que caigamos en el desmadre total.

Las redes sociales como nunca hacen mérito para llevar ese nombre. Las cadenas de pedidos de medicamentos, de tallarinadas y polladas humanitarias, abruman, ciertamente, pero a la vez confirman que la solidaridad sigue siendo un componente esencial de nuestra cultura, un rasgo que se agiganta en la medida en la que descendemos a los estratos más desfavorecidos de la sociedad.

Paraguay sigue siendo una red de amigos y parientes, para bien y para mal. Funciona de la peor manera cuando esas conexiones operan para lucrar con la desgracia, adjudicando licitaciones amañadas o garantizando vacunas a quienes aún no les corresponde. Los cultores del lado oscuro de esta red no tienen límites; si hubieran estado en el Titanic se habrían apropiado de los salvavidas para venderlos cuando el agua empezara a lamer los pies de sus desesperados compradores.

En contrapartida, esa misma red, ese viejo músculo cultural, también vuelve a ponerse en marcha, una y otra vez, corrigiendo a puro pulmón la ausencia o las deficiencias crónicas de la protección pública. Es gente haciéndose cargo de la gente; pobres remendando la pobreza de otros pobres.

La particularidad de la pandemia ha provocado además un cambio importante. Se rompió cierta barrera sicológica que separaba a un sector clave del funcionariado público de aquellos que pagan sus salarios. Más de 80.000 hombres y mujeres del personal de salud que vienen peleando a brazo partido con el virus hoy son integrantes de facto de todas esas familias afectadas por la tragedia. Están en la misma trinchera. Son un todo… y esa puede ser una alianza clave para el futuro.

¿Cuánto aprenderemos de lo que nos está pasando? ¿Olvidaremos otra vez décadas de malgasto público, inequidades y una paupérrima inversión en la cobertura pública? ¿Perdonaremos a la clase política y al partido responsable de más de un siglo de ignominias?

Claramente, Paraguay no puede seguir siendo una aldea en la que la solidaridad ciudadana reemplace la cobertura estatal de los servicios más básicos. La única razón de ser del Estado es la salvaguarda de nuestras vidas. Mantenemos con nuestros impuestos ese aparato burocrático para garantizarnos una convivencia pacífica. Y esa convivencia solo es posible si la mayoría puede acceder a una calidad de vida que incluya la prevención y cobertura de la salud, la educación, la protección y la igualdad ante la ley.

El Estado paraguayo jamás garantizó nada de eso. Fue concebido apenas como una herramienta prebendaria para ganar elecciones, y para, desde su administración, lucrar con el dinero público. La pandemia no hizo sino maximizar sus fallos.

Quiero creer que hoy no hay paraguayo o paraguaya que desconozca esta realidad. Y sobre esa convicción me repito la pregunta. Cuando pase la tragedia, ¿permitiremos que siga igual? ¿Dejaremos que el Paraguay pos-Covid siga siendo el de siempre?

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