El detalle del suelo pedregoso, cubierto solo por una delgada capa de tierra, correspondía también a la realidad. A causa de su poca profundidad, brota la semilla con más rapidez, pero el calor la seca con la misma prontitud por carecer de raíces profundas. El terreno donde cae la buena semilla es el mundo entero, cada hombre; nosotros somos también tierra para la simiente divina.
Parte cayó junto al camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Oyen la palabra de Dios, pero viene luego el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón.
El camino es la tierra pisada, endurecida; son las almas disipadas, vacías, abiertas por completo a lo externo, incapaces de recoger sus pensamientos y guardar los sentidos, sin orden en sus afectos, poco vigilantes en los sentimientos, con la imaginación puesta con frecuencia en pensamientos inútiles; son también las almas sin cultivo alguno, nunca roturadas, acostumbradas a vivir de espaldas al Señor. Son corazones duros, como esos viejos caminos continuamente transitados.
Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la sofocaron. Son los que oyen la palabra de Dios, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas sofocan la palabra y queda estéril. El amor a las riquezas, la ambición desordenada de influencia o de poder, una excesiva preocupación por el bienestar y el confort, y la vida cómoda son duros espinos que impiden la unión con Dios.
El papa Francisco en una de sus homilías reflexionó, sobre la parábola del Sembrador diciendo: “Nadie puede servir a dos señores”. “Las riquezas y los cuidados del mundo ahogan la Palabra de Dios y no la dejan crecer. Y la palabra muere, porque no es conservada: es ahogada.
En este caso, o se sirve a la riqueza o se sirve a las preocupaciones, pero no se sirve a la palabra de Dios. Y esto también tiene un sentido temporal, porque la palabra es un poco construida en el tiempo ¿no? No se preocupen por el día siguiente, de lo que harás mañana...
También la parábola del Sembrador es construida en el tiempo: siembra, después viene la lluvia y crece. ¿Qué hace en nosotros, qué hacen las riquezas y que cosa hacen las preocupaciones? Simplemente te quitan el tiempo”. Toda nuestra vida está basada en tres pilares: uno en el pasado, uno en el presente y otro en el futuro.
El pilar del pasado, explicó, “es el de la elección del Señor”. Cada uno de nosotros puede decir, efectivamente, que el Señor “me ha elegido, me ha amado”, “me ha dicho ‘ven’” y con el bautismo “me eligió para ir por un camino, el camino cristiano”.
El futuro, por el contrario, significa “caminar hacia una promesa”, el Señor “nos ha hecho una promesa”. El presente, entonces, “es nuestra respuesta a este Dios tan bueno que me eligió”. “Hace promesa, me propone una alianza y yo hago una alianza con Él”. Por lo tanto, estos son los tres pilares: “elección, alianza y promesa”, “Los tres pilares de toda la historia de la salvación. Pero cuando nuestro corazón entra en esto que nos dice Jesús, se reduce el tiempo: reduce el pasado, el futuro, y se funde en el presente. Y a aquello que está unido a las riquezas, no le importa el pasado o el futuro, tiene todo allí. La riqueza es un ídolo.
No tiene necesidad de un pasado, de una promesa, de una elección: nada. Lo que me preocupa acerca de lo que puede pasar, corta su relación con el futuro. Pero ¿puede durar esto?, entonces el futuro se vuelve futurista, que no te orienta a ninguna promesa: permanece confuso, queda solo”.
Por esta razón, Jesús nos dice que, o se sigue el Reino de Dios o sino a las riquezas y a las preocupaciones mundanas. Pidamos al Señor la gracia de no equivocarnos con las preocupaciones, con la idolatría de la riqueza y siempre tener memoria de que tenemos un Padre que nos ha elegido, recordar que este Padre nos promete algo bueno, que es caminar hacia aquella promesa y tener el valor de tomar el presente como viene. ¡Pidamos esta gracia al Señor!”.
(Del libro Hablar con Dios y la http://www.nazaret.tv/video/57/francisco-riquezas-y-preocupaciones-sofocan-la-vida)