Cuando Jesús lanza una pregunta comprometedora a los Doce –¿quién soy yo para vosotros?– Pedro es el que responde con mayor audacia: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Con esa respuesta, parece que Pedro se eleva por encima de todos.
Pedro parece volar altísimo y, sin embargo, poco después se desploma. Jesús explica que precisamente su misión mesiánica pasa por la humillación y la muerte, y Pedro simplemente no entiende. Cuando Pedro se mueve por una visión simplemente humana, cae y se convierte en motivo de escándalo. En cambio, cuando se deja mover por la gracia, es capaz de elevarse y tener un conocimiento profundo de Dios.
Lo que le sucedió a Pedro también nos puede suceder a nosotros. En ocasiones parece que vemos todo claro, que todas las piezas de nuestra vida cristiana encajan perfectamente, y que incluso somos capaces de dar luz a los demás. Son momentos para llenarnos de agradecimiento por las luces que Dios nos da. Pero si nos descuidamos, si empezamos a tener una excesiva seguridad en nuestras ideas y opiniones, nos podemos derrumbar. Y entonces empezamos a razonar desde una perspectiva simplemente humana. No entendemos los planes de Dios y con nuestras quejas parece como si estuviéramos intentando corregir al Señor, como hizo Pedro.
En una de sus cartas, san Josemaría empleaba la imagen del polvo que es levantado por el aire. Cuando sopla el viento, el polvo es elevado e incluso puede parecer dorado, porque refleja los rayos del sol. Lo mismo sucede en nuestra vida: aunque a veces nos sintamos poca cosa, cuando dejamos que nos mueva el soplo del Espíritu Santo nos podemos levantar muy alto. Con una actitud de humildad y de apertura sincera a lo que Dios quiera, seremos capaces de movernos con soltura por las alturas de la vida de fe, reflejando la luz de Dios a las personas que nos rodean.
https://opusdei.org/es/gospel/2022-08-04/.