10 ago. 2025

¡Págueme la renta!

Blas Brítez @Dedalus729

Don Ramón era un desempleado permanente. A veces, un empleado informal. No se tiene noticia de que haya formado parte alguna vez del trabajo asalariado. El señor Barriga, cada mes, pisaba la vecindad del Chavo para cobrar alquileres, y el único que nunca tenía dinero para pagarle era don Ramón. Mientras doña Florinda tenía un comedor, es muy posible que la Bruja del 71 haya sido jubilada; y Jaimito el Cartero, el único asalariado. Estos nunca sufrieron el acoso implacable del señor Barriga. "¡Págueme la renta!”, le gritaba este al desempleado.

¿Pero de qué vivía este hombre que llegaba a la vecindad con un ominoso maletín negro? Literalmente, de la renta que pedía a gritos que le pagaran. Es decir, del concepto más básico de la ganancia dentro de la economía capitalista. La naturaleza social del Sr. Barriga era ganar dinero; la de don Ramón, sobrevivir.

Podemos llevar a escala planetaria este afán rentista del Sr. Barriga. Para Joseph Stiglitz, las desigualdades sociales de un país como EEUU vienen dadas por el apetito voraz de renta del 1% de la población estadounidense, lo que vale para Paraguay y el mundo. No solo eso: “En sus formas más simples, las rentas son tan solo redistribuciones desde nuestros bolsillos a los de los buscadores de rentas”, dice en El precio de la desigualdad (Taurus, 2012) el premio Nobel de Economía 2001, alguien no precisamente “sospechoso” de ser un “agitador marxista”. La distribución de la riqueza se da, entonces, al revés: los muchos sostienen la ganancia de los pocos, con la anuencia del Estado. En el caso estadounidense, por poner un solo ejemplo, empresas petrolíferas y mineras que acceden a concesiones a precios mucho más bajos de los que deberían tener. En Paraguay, los sojeros que reciben precios subsidiados del gasoil, con privilegios impositivos escandalosos, incluidos los, precisamente, referidos a la renta, a la ganancia que los bolsillos de los más subsidian a los poquísimos.

Ese rentismo asociado al Estado desde tiempos de Stroessner, según escribió el fallecido sociólogo Tomás Palau, “ha convertido a la mayoría de los ganaderos en estafadores, a la mayoría de los empresarios en evasores, y a los exportadores en infractores permanentes de las normas ambientales, sanitarias y laborales”.

En un país en donde, según datos de la ONU, el 81% de los trabajadores está en la informalidad laboral, apenas un 18% de la población económicamente activa realiza aportes a la seguridad social y jubilatoria (sin contar la directa explotación y precarización que sufren miles de laborantes), y un 8,2 de desempleados a la Don Ramón, es muy difícil creer que el supuesto boom de la macroeconomía paraguaya “distribuya” siquiera migajas de su mezquino rentismo agroexportador al más del 31% de la población absolutamente pobre del país, como hace poquito afirmó un lobista de los intereses sojeros brasileños.

"¡Devuélvanos la renta”, podría gritarle el trabajador pobre o desempleado a su Sr. Barriga vernáculo que, como bien lo explica Stiglitz en su libro, mete la mano en sus exangües bolsillos de siempre, mediante la ayuda del Estado y su gerente amigo de turno.