25 abr. 2024

Padres

Agasajo. El tercer domingo de junio se festeja en Paraguay el Día del Padre. Este año cae el 20 de junio.

Agasajo. El tercer domingo de junio se festeja en Paraguay el Día del Padre. Este año cae el 20 de junio.

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Hijo del exilio, mi padre vivió hasta los 18 años en Buenos Aires. Mi abuelo, militar y veterano de la guerra pagó con el ostracismo su afinidad con las ideas de Rafael Franco, el irreverente coronel que en un año de gobierno estableció los derechos laborales, creó el Ministerio de Salud e inició el primer programa de reforma agraria, entre otras acciones consideradas revolucionarias para la época. Su temeridad le valió veinte años de destierro a lo largo de su vida. De nada le sirvieron su brillante desempeño militar ni su notable fama de honradez.

Lo cierto es que con Franco debieron partir forzosamente todos aquellos bajo sospecha de haber sido contaminados con esa visión socialista de la patria. Entre ellos, el capitán Bareiro, para quien la bulliciosa vida porteña, tan ajena a sus recuerdos de infancia en Puerto Casado, debió ser una pesadilla. En ese convulsionado ambiente político y bajo el peso de la amargura del destierro debió forjarse la relación de un padre y un hijo, el mío y el suyo. No conocí a mi abuelo. Tenía dos o tres años cuando murió. Pero por algunos detalles lo imagino como un recio militar de la vieja escuela –de antes de la degradación stronista–, parco para demostrar afecto con las palabras, solo con hechos, y de una disciplina prusiana. Las tres o cuatro habitaciones que tenía la casa estaban enumeradas, como si se tratara de un cuartel; y mi abuela, cuando se refería a él lo hacía llamándolo por el apellido.

Papá desgranó su infancia y adolescencia fatigando callejones en los barrios porteños. Quería ser actor y si hubiera tenido voz para cantar habría sobrevivido repitiendo tangos y guaranias para exiliados. Por sus venas corría la sangre del abuelo y, sin embargo, eran de planetas distintos. El viejo soldado encontraba en su lengua madre las memorias de los camaradas que perdió en aquellos resecos cañadones de muerte. El joven se abría a la vida en interminables tertulias en las que la humorada ocurrente y la velocidad del retruque lo convertían en el centro de atención. La relación no podía ser fácil, y nunca lo fue.

Sospecho que mi padre nunca llegó a tener en claro a cuál de los mundos pertenecía. Su vida, demasiado corta, fue una búsqueda permanente. Hizo teatro, radionovelas, trabajó en un periódico, fue publicista, vendedor, taxista, organizó un sindicato de choferes de combis y formó parte de la fundación de una organización familiar católica.

Nunca perdió del todo cierto dejo porteño y, de alguna manera, jamás superó la relación conflictiva con el abuelo. La revivió conmigo y con algunos de mis hermanos. Era como si inconscientemente asumiera el rol de su padre y condenara nuestra visión diferente de la vida como probablemente el abuelo hiciera con la suya. Esta situación hizo que me preguntara si esos desencuentros generacionales eran inevitables, si todos los hijos estábamos condenados a convertirnos en padres en conflicto con sus hijos.

Con el tiempo descubrí algunas cosas. Supe, por ejemplo, que cuando mi padre decidió estudiar algo –se apuntó a la carrera de contabilidad– el abuelo hizo lo mismo. El viejo terminó la carrera, papá no. No es que al capitán retirado le interesara la contabilidad, era su forma de decirle que lo quería.

Repasé nuestra tumultuosa vida familiar y encontré un elemento parecido. Papá siempre estuvo ahí. Somos siete hermanos. Mantener esa casa a flote suponía un esfuerzo monumental. El hombre podría haberse borrado, como ha ocurrido tantas veces en la historia trágica de este país de madres solteras o abandonadas. Pero él jamás bajó los brazos. Trabajó hasta el último día de su vida. Era su manera de decir te quiero.

Vivo un tiempo distinto al de mi padre y mi abuelo. Puedo darme el lujo de expresar amor con palabras y hechos, y debatir con mis hijas nuestras visiones distintas de la vida. Ellos hicieron lo mejor que pudieron. En su homenaje, espero hacer lo propio.

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