Yo sé que puede parecer extraño hablar de sonrisas en octubre.
Este mes en que el año entra en “bajada”, esa expresión tan nuestra que implica los cansancios acumulados, las presiones del clima, la incertidumbre sobre las cosechas en el campo; ahora podemos sumarle la falta de perfiles claramente creíbles para las elecciones y una ola de violencia, reguladas de buses y subida de precios que afecta el humor de cualquier “común”…
De hecho, es costumbre recibir este mes con una figura personificada, el Karai Octubre, al que se le espera con el plato típico del jopara para espantar las miserias que podrían devenir, sobre todo en el campo, por malas cosechas o la muerte de los animales.
Sin embargo, la realidad se escapa de los presupuestos, análisis, titulares y relatos que no tengan en cuenta su enorme riqueza y variedad.
La realidad, que a veces espanta, como los deshilachados reversos de las alfombras, muestra su rostro noble a quienes están atentos a considerar también el otro lado de su cara oscura, esa faz tejida con tenaz esfuerzo y embellecida con todo aquello que también existe de bueno y que nos es propiamente humano: la razón, la belleza, la fe, la virtud…
Para asombro y consuelo de muchos, Karai Octubre es también capaz de hacer un guiño y sonreír, y no porque en la bolsa que trae al hombro esconda tesoros materiales quiméricos, sino porque, sencillamente, como personificación de la realidad descalza y sin vanidad, también trae consigo la posibilidad de bien. De hacer el bien, de observar el bien, de experimentar el bien.
Como muestra este botón que me ocurrió el otro día cuando, después de bajar de uno de estos servicios de transporte personal, me doy cuenta de que olvidé mi abrigo y al avisar al conductor este me responde que apenas pasara cerca de mi dirección lo devolvería. Una respuesta que está, sin duda, abierta a la posibilidad, pero sin mayores pretensiones.
El pukavymi surgió luego, no solo de la devolución realizada unos días después, sino también del agradecimiento del chofer “por la confianza”, ya que el pedido fue como una muestra de buena fe hacia su honestidad.
Es el pukavymi que experimenté al ver esta semana a unos jóvenes madrugar y acompañar a una persona que necesitaba ayuda, por simple gesto de solidaridad;
El pukavymi que despertó en mí un matrimonio amigo que acogió a un bebé prematuro y muy delicado de salud para cuidarlo hasta que encuentre un hogar permanente, ya que fue abandonado en el hospital; El pukavymi de ver a hijos agradecidos que cuidan de sus padres adultos mayores, a pesar de las dificultares y desgastes que conlleva.
El pukavymi al saber de los alumnitos de una maestra tesonera que con tanta dificultad están por fin aprendiendo a leer y escribir luego del retraso que les produjo el periodo de pandemia;
El pukavymi que surge al ver a un grupo de padres y profesionales que persisten y están dando su tiempo y energía en forma gratuita desde hace más de un año para presentar al Gobierno propuestas saludables, integrales, más ajustadas legalmente a nuestros principios constitucionales y moralmente más aceptables para los planes dirigidos a sus hijos…
¿Resistirá esa “muralla viva” que alababa Emiliano R. Fernández, recordando su dura experiencia durante la Guerra del Chaco, y que sigue levantando la gente sencilla de nuestro país en estos tiempos de batallas culturales tan fuertes?
No perdemos la esperanza ya que de noches más oscuras hemos amanecido y podemos seguir amaneciendo.
La realidad tiene también ese esplendor y esa grandeza que sobre todo forjan los sencillos de la tierra.
Lo recordamos con una partecita de la letra de la famosa canción 13 Tuyutí, de Emiliano-re:
“Ro’atamahágui tesaraietépe,
peteî ko’ême roñeñanduka,
roheja hagua ore ra’yrépe
pedestal de gloria oma’ê hagua”...