Había recuperado su banca de diputado, había logrado un permiso judicial para poder hacer campaña en Ciudad del Este y hasta había conquistado el privilegio de ser el candidato de Concordia Colorada, postergando las ambiciones de importantes interesados del abdismo y el cartismo. Nada mal para alguien que había estado preso la mayor parte de los últimos dos años y que era señalado como el símbolo más reciente de la vinculación entre narcos y políticos.
La vida da vueltas, pensaba entonces Ulises. A mediados del 2019, la primera vez que recuperó efímeramente su curul, los diputados cartistas se retiraron de la sesión refunfuñando su desaprobación. Y, hace pocos días, él se sacaba una foto con Horacio Cartes anunciando urbi et orbi que tenía su apoyo para ser el candidato a intendente. La corte patronal lo aplaudía y los de Añetete ni chistaban. Todos eran Ulises. Él correspondía gentilezas evitando hablar de los Zacarías Irún, otrora sus archienemigos esteños, y deslizando en tono perdonavidas que el abdismo podría haber hecho algo más por él.
Sí, había demostrado que tenía suficiente carrocería política y económica como para hacerse un lugar en la política. Era el único que podía vencer al actual intendente, Miguel Prieto. Todos se rendían ante su poder. Su proceso por narcotráfico había sido anulado en segunda instancia y duerme en un cajón de la Corte Suprema de Justicia desde fines de 2019. Ya eran pocos los que lo recordaban como abogado protector de Cucho Cabañas y ya casi nadie registraba lo que significaba el Operativo Berilo. Viñas Cué ya era solo un mal sueño y el futuro se veía esplendoroso.
La vida da demasiadas vueltas, habrá pensado en estos días Ulises. Esta acusación de los Estados Unidos es demoledora. Como todos, él sabe que puede ser muy objetable —de hecho, su abogado se ocupó de resaltarlo ante la prensa— por ser una injerencia en asuntos judiciales de otro país. Es cierto, suena atrevidamente imperialista acusar a un ciudadano extranjero de corrupto sin ofrecerle el universal derecho a la defensa. Y, mucho menos, ampliar a incriminación a su esposa sin ofrecer evidencias. Pero estos plagueos no sirven de mucho.
Porque Ulises, como todos, también sabe que el Departamento de Estado puede ser criticado por estas cuestiones, pero no puede ser tildado de mal informado. Una declaración de este tipo es un latigazo político definitivo, más allá de los remilgos jurídicos. Que lo digan Óscar González Daher y Javier Díaz Verón. Y sus familias, casi lo olvidaba.
Podrá decirse que Ulises Quintana no es el más corrupto entre todos sus correligionarios, pero tampoco servirá de mucho. Estados Unidos tiene su propia lista de prioridades e intereses y no la hace pública. El hecho concreto es que la vida ha dejado de sonreírle a Ulises. Lo entiende él y lo entienden sus ex amigos.
Porque, de repente, Ulises se convirtió en algo incómodo, en una presencia perturbadora. En el abdismo dicen que su candidatura fue una imposición de Cartes. En Honor Colorado recuerdan que Ulises nunca abandonó Añetete. Nadie quiere una selfie con él. Ya no recibirá mensajes de apoyo del senador Enrique Bacchetta ni del vicepresidente Hugo Velázquez. En el Parlamento exigen que sus correligionarios que lo blindan se definan y abandonen su vergonzosa mudez. La Justicia paraguaya también enrojece. El pueblo sabe que la acusación yanqui es tan innegable como la corrupción y cobardía de nuestros magistrados.
Quizás, Ulises se esté preguntando si la vida seguirá dando vueltas. Para él, más vale que sí, pues, por ahora, lo ha dejado sin amigos.