En medio de las acostumbradas “bendiciones” y las fotografías que retrataban el lado profano y sagrado de la reciente Semana Santa, muchas personas levantaron la voz de alerta respecto a una página de pornografía infantil posteada en Facebook bajo el título de “Nenitas deseosas”.
Celebré entonces que varios de los que advirtieron que habría que denunciarla de inmediato, fueron periodistas.
Pero también sentí una gran decepción cuando noté que muchos usuarios habían puesto “me gusta” y hasta compartieron la cuenta.
Según la fiscala María Teresa Aguirre, hubo mucho movimiento en Paraguay con respecto a este material creado en México, lo que nos revela la morbosidad de algunas personas y, algo mucho más grave aún vinculado con el contenido: la concepción de las niñas como objeto sexual, que sigue siendo tan fuerte en gran parte del planeta y, particularmente, en Latinoamérica.
Ofertar niños con fines sexuales es un delito que existe desde antaño, pero adquiere otra dimensión en estos momentos, por la capacidad amplificadora de internet.
La red que tiene su lado oscuro por acción de algunos usuarios con intenciones del mismo tono. Son personas inescrupulosas que gozan potenciando su inmoralidad, porque saben que hallarán eco en las sociedades con fuerte doble moral, donde los chicos y las mujeres históricamente son las principales víctimas.
La alarma con “Nenitas deseosas” sirvió en nuestro país para poner localmente en vitrina el tema; conformarse un equipo de fiscales para investigar los delitos cibernéticos, y advertirnos que en Paraguay la pornografía infantil también tiene sus promotores. Desde febrero del 2014 a la fecha se reportaron 797 casos de imágenes de pornografía con niños subidos por usuarios de nuestro país.
Algo que no debe extrañarnos, cuando escuchamos con tanta frecuencia que hay adultos que se acercan a buscar con fines de explotación sexual a niñitas y niñitos indígenas en la zona de la Conmebol. O que cada vez que se realiza un recorrido policial-fiscal por los prostíbulos sea una nota común hallar entre las “ofertas sexuales” a chiquillas de entre 13 a 15 años.
Lobos al acecho siempre hubo y habrá en el mundo real y ahora en el virtual. El asunto es cuán rápidos somos para actuar y detener la macabra intención de devorarnos, y cuánto estamos dispuestos a hacer para proteger a los más débiles de nuestra sociedad. Sobre todo a nuestros niños.
Si estos caen en manos de explotadores o degenerados, es porque no estaban suficientemente protegidos, o porque la sociedad está tan pero tan deteriorada social y moralmente, que los malos hallan cómplices por doquier, dispuestos a acompañarlos con un rápido “me gusta”, aunque la víctima sea una nenita.