19 abr. 2024

No se puede vivir del amor

Gustavo A. Olmedo B.

Con este título, el genial cantautor argentino Andrés Calamaro nos pone en la perspectiva de un debate siempre vigente, aunque a menudo analizado desde un horizonte reducido a los extremos; a lo puramente sentimental o estrictamente material.

“Nadie puede vivir del amor”, dice el artista. Sin embargo, desde una mirada más amplia y experiencial esta afirmación, simpática y con aparente lógica, termina siendo errónea o, en el mejor de los casos, escueta, superficial.

Aunque está claro que es imposible pagar una factura de la ANDE o cubrir en esta época del año la interminable y costosa lista de útiles escolares munidos solo con el “sentimiento del amor”, como si de una tarjeta de crédito se tratara, tampoco se puede afirmar que es posible vivir sin la experiencia de amar y ser amado, aunque suene remanido.

Es más, incluso lo uno conduce a lo otro, pues, será esta experiencia humana, en su sentido concreto y maduro, la que finalmente dará la motivación para vivir; es decir, construir, trabajar y hacer los sacrificios necesarios o requeridos para aceptar los retos y cumplir con los compromisos, hasta aquellos económicos.

Sin la experiencia de sentirse amados –y poder amar– el ser humano carece de un factor clave para su existencia y progreso. La cosmovisión personal tiene como eje el afecto hacia uno mismo y hacia los demás, y su ausencia o deformación es reconocida como causal de la depresión, uno de los problemas de salud mental más difundidos en nuestra época, según la OMS.

Pero el amor se opone a la realidad (dinero, trabajo, compromisos, etc.) cuando está reducida al puro sentimentalismo; aspecto muy difundido por la publicidad, las telenovelas y películas de Hollywood; o cuando está limitada a la experiencia del enamoramiento adolescente, ese que solo espera el cosquilleo corporal –o mental– para confirmar su existencia o vigencia; es inconsistente.

El amor genuino, en cambio, busca abrazar la realidad, con sus limitaciones y exigencias. Descubre en el rostro del semejante un valor tal por lo que vale luchar, agradecer y gozar, incluso discutir. Reconoce, acepta. La indiferencia no es opción. No es cosa fácil, pero vale intentar educarnos en ese amor –término tan manoseado y deformado– que no invita al escape sino al encuentro con el otro, aunque diferente y hasta hostil, que necesita y espera una mirada amorosa, al igual que nosotros.

De hecho, la primera tarea es la de reconocer en nuestra experiencia cómo y cuánto somos amados y hasta perdonados, ya que uno no puede dar lo que no tiene. El niño crece sano y equilibrado cuando se sabe acogido con toda su humanidad por su padre y/o su madre, su familia. Y será a partir de esta vivencia que él podrá entregar afecto o generar espacios en donde esta exigencia del corazón humano sea válida y vital.

El enamoramiento es una bella y necesaria etapa, pero se requiere avanzar. “El misterio del amor es mayor que el misterio de la muerte”, afirmaba Óscar Wilde, mientras que la Madre Teresa repetía con frecuencia “ama hasta que te duela…”, recordando que el amor maduro, vivido sin sacrificios corre el riesgo de convertirse en una caja con atractivo envoltorio, pero pobre contenido. “El verdadero amor te lleva a ‘quemar’ la vida…”, añade Francisco, lanzando un desafío notable y hasta difícil de digerir, pero quizás el más urgente y por el que valdría la pena arriesgar la propia libertad.

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