Viernes|21|NOVIEMBRE|2008 -alva@uhora.com.py
En un abrir y cerrar de ojos, llegan los 100 primeros días de gobierno del presidente Fernando Lugo. Fue un soplo, un suspiro. Y la centena ya se está completando.
Los que querían soluciones rápidas, respuestas tipo internet -donde uno hace la pregunta a un buscador y aparecen miles de respuestas al instante-, están muy decepcionados.
“Mba’evete asy nokambiái”, concluyen los que aguardaban lo mágico. Es más: sostienen que ahora es peor. Y exponen sus argumentos, sobre todo uno, el más rotundo de todos: siempre ñane mboriahu.
Y continúan con otras letanías: no se desmanteló la corrupción, los campesinos siguen sin tierra, el 60 por ciento de los asalariados ni siquiera gana el salario mínimo, la inseguridad cabalga sin tropiezos, Argentina y Brasil continúan echando migajas a la mesa del Paraguay por Yacyretâ e Itaipú, el Parlamento no sirve al país, la Justicia se inclina sumisa ante el dinero y un rosario de argumentaciones en el mismo sentido. No hace falta que escarben demasiado para encontrar respaldo: la realidad es rica en ejemplos de la misma naturaleza.
Están también los moderados, aquellos que comprenden que el desarreglo ?por decir lo mínimo? de seis décadas no puede ser enderezado en tres meses y un apokytâ. Y se han armado de paciencia. Son los que se contentan con cada paso bien dado con la certeza de que de ese modo se irán construyendo las bases de un proceso de cambio.
En ese grupo están los que consideran que los golpes dados a la corrupción en Itaipú y Puertos son ese mínimo avance que se esperaba. Que las licitaciones canceladas en busca de mayor transparencia son parte de lo mismo. Que, en fin, hay expresiones alentadoras que necesitan ser profundizadas y sistematizadas.
Lo claro de estos 100 días y noches transcurridos es que resulta muy difícil gobernar un país desgobernado -o gobernado únicamente por los intereses del Partido Colorado y sus aliados de la oposición, más cómplices que competidores- casi a lo largo de toda su historia. El ñandu renimbo del poder político es tan pegajoso y obstinado que las posibilidades de liberarse de la telaraña son mínimas. Lo único que cabe es pelear con la esperanza de desenredarse alguna vez.
La ausencia de oficio para gobernar, la fragmentación del poder en el grupo que ganó las elecciones del 20 de abril, la indefinición ideológica, los mensajes ambiguos e indescifrables para la mayoría, la mezcla de censura y apoyo en un mismo hecho, las emboscadas del Partido Colorado ?que, aunque dividido, conoce el oficio del kure kutu al dedillo?, las contradicciones internas, la no asunción de una perspectiva de gobierno y el no contar con un consenso mínimo para llevar adelante políticas de Estado coherentes y sostenibles son los talones de Aquiles más notorios de los nuevos administradores de los bienes del país.
Aun sin uñas de guitarrero y haciendo de tripas riñón, con ingenuidad y torpeza, hay signos alentadores. Uno de ellos es que, a pesar de todo, la gente común, la que más espera porque es la que menos tiene, no arrió su esperanza. Oñembesu’u ha oha?arô gueteri. Acostumbrada a que se le mienta, esta vez cree que algún ramalazo favorable del cambio le va a chicotear.
Cien días son pocos. También lo serán los 1.824 días que encierran cinco años. Si sirven, sin embargo, para poner los cimientos de un país con mayor honestidad, trabajo y justicia habrán sido suficientes.