31 ago. 2025

No existe Macondo

La visita de García Márquez a su pueblo, que ahora quiere rebautizarse con el nombre famoso de “Macondo”, y los cuarenta años de su novela “Cien años de soledad” hacen pensar en cómo se festeja la fantasía en Latinoamérica.
Es que al leer la novela, y desde la lucha económica, uno puede decir: “¡Pero esto no existe!”. No existen sociedades cerradas. ¿Cómo va a venir el gitano a vender sus cosas? Algo tendría que llevar a cambio. Ese facilismo al escribir con el realismo mágico reviste una gravedad: la inocencia económica latinoamericana. Incluso en el condado de Faulkner, inspirador de García Márquez, se traficaba whiskey, se aserraba madera para el exterior y aparecían autos desde allí.
Esa inocencia, por lo menos, ya no la tienen nuestros productores de banana.
NO EXISTEN SOCIEDADES CERRADAS. Cuando los chukchis, siberianos, se encontraron con los esquimales aleutianos les dijeron: “Venimos a comerciar”. Esto está recogido por Admunsen. Es decir que el comercio, y no la guerra, es la primera relación entre los pueblos. La primera ciudad del actual Perú no tenía murallas y vendía el algodón de su “hinterland” irrigado a los pescadores de la costa. Hasta parece que Jericó tampoco tenía murallas y sí exportaba sal a otras partes. Catal Huyuk, después de Jericó la ciudad más antigua, exportaba ganado y obsidiana, ese vidrio volcánico. En México, Teotihuacan también exportaba obsidiana. En la sangrienta civilización mesoamericana siempre el comerciante viajero, cierto que muchas veces resultaba un espía, se adelantaba al guerrero.
No existe Macondo. Otra vez Latinoamérica apareció intoxicada con vapores de sueños. Cuando sus escritores dicen que se acabó el realismo mágico, vuelve alguno a escribir sobre “anacondas que vuelan”. Hay un facilismo en escribir así. Lo difícil es la realidad.
LA BANANA. Que no existe Macondo lo aprendieron los cultivadores de banana. Ante el problema que un mal vecino puso a sus envíos fueron a defender lo suyo. Es que quizás ese productor ya “no pondera” –¿La guerra y el comercio pueden ir juntos?–. Más todavía que la conquista del mundo se la hace con calidad y precio. Y de tal manera que ni nosotros, sus compatriotas, podríamos consumir toda esa banana. Es más, con esa mentalidad latinoamericana de refugiarnos en la irrealidad, podemos volvernos enemigos de la gente de trabajo.
Los aduaneros paraguayos fueron los primeros en crearles problemas con el encarpado que les calienta el producto. Y en esa dicotomía que algunos argentinos quisieron imponer entre mercado interno y exportación, llegó alguna ama de casa a reclamar no quedarse sin mandioca cuando los brasileños compraban esa producción campesina. Que les pague lo mismo si quiere tenerla. Lo contrario sería, lisa y llanamente, un aprovechamiento.
Todos queremos los mejores productos del resto del mundo, sus servicios, y hasta los conocimientos que logra. Algo tenemos que hacer a cambio. En ello hay que buscar tener competitividad.
No estamos en la región del mundo donde más se aliente a ello. Pero tampoco, como vimos, se lo hace aquí dentro. Aquí en Paraguay se castiga al que trabaja bien y se premia al que lo hace mal. Se llegó a pagar G. 10.000 por kg de tomates, a lo que todavía hay que sumar otros gastos de los políticos, mientras se alienta la animadversión hacia quienes no necesitan de nadie.
El mismo ministro responsable de la ley hizo la vida más difícil a aquellos exportadores que le reclamaban la devolución de impuestos. Ahora mismo prefieren no reclamar porque les caen con inspecciones molestas.
Esos bananeros serán un factor de dinamismo en su zona. Consumirán; se equiparán. Con toda justicia mejorarán su nivel de vida e invertirán para el año que viene.
Su producción no solamente posibilitará la venida de productos importados, sino que distribuirá un poder adquisitivo real.
Los bananeros y otra gente competitiva deben luchar contra los malos vecinos. Y también contra los muchos, que aquí adentro quieren vivir de su pie de banana. Hay que atender que la banana el primer año da bien; el segundo surge un pie llamado espadín, que también da. Pero al tercero surge otro, al que se llama haragán porque ya no produce nada.
No podemos esperar todos del mismo pie. Más paraguayos debemos plantar nuestro pie de banana y defenderlo.