El nefasto mal llamado transporte público, anclado en una atroz desidia que con chantajes al Gobierno por más subsidios y reguladas interminables, sigue manteniendo en ascuas al usuario que padece los rigores de un empresariado a quien poco le importa la suerte del común. No se renueva la flota de vehículos y se suceden las amenazas de paro con el fin de no aminorar el gran caudal de ingresos que siempre tienen.
Alternativa: Los que pueden circulan mediante las plataformas privadas, que también últimamente cayeron en un ola descendente en cuanto a calidad de servicio. Así como otras propuestas arrancan como la gran panacea, con precios bajos y acordes, para derivar en una escalada de tarifas impagables. Parte de la ciudadanía queda de nuevo huérfana a la hora de elegir.
Sumemos la falta de un plan maestro del transporte, donde hubiera sido una gran solución el sistema del Metrobús que, por avivada de funcionarios deshonestos y empresas cómplices, priva todavía a la gente de contar con un servicio adecuado a este siglo (observemos ciudades como Buenos Aires, Quito, La Paz, con sus sistemas de transporte al servicio de la gente). El Metrobús no existe, se gastó inmensa cantidad de dólares en el frustrado proyecto, pero ningún responsable fue imputado aún. Un eslabón más a la cadena de corrupción imperante.
El tren de cercanías, que mereció un intenso debate reciente en torno al proyecto coreano, solo conoce de trabas y de oscuros intereses que mancillan una verdadera propuesta benefactora de los miles de paraguayos deseosos de trasladarse a trabajar, estudiar, comprar diariamente; y todo apunta a extender la imposibilidad de concreción de algo decoroso.
El camino para las bicisendas solo empezó a florecer como idea últimamente, con esforzados intentos institucionales, que no son acompañados por la consciencia colectiva de la conveniencia en utilizar este medio de transporte, sobre todo para circular por el microcentro. El pensamiento típico generalizado se inclina más por mantener un sistema que poluye, genera cuellos de botella y caos en el tráfico, al usar muchos vehículos para llegar a las zonas de oficinas y pelear por estacionamientos, casi inexistentes; con lo que se agrega una gragea más a la sinrazón cotidiana.
No entramos aún en el complejo e ineficiente sistema de salud pública, cuyo análisis excedería toda una enciclopedia. Pero lo concreto es que, luego de la pandemia, continúa a la deriva y sin los recursos necesarios para atender las mínimas exigencias de los pacientes, con falta de medicamentos en casi todos los nosocomios del Estado, e incluso del IPS, un antro más de corrupción que en algún momento colapsará por completo.
Los aspirantes a cargos públicos que pugnarán por las generales en abril, instalan poco y nada en sus mensajes y discursos esta problemática traducida en una bomba de tiempo que estallará en las manos seguramente de las próximas autoridades.
El drama educativo –por su parte– es transversal, y se refleja en el pensamiento y conducta que la población esboza todos los días. Es preciso la refundación misma de los principios y fines, y la corrección de sistemas desfasados para reorientar el modelo de sociedad anhelada porque hasta el presente es un barco sin timón que solo conoce la desorientación y expulsa hacia la sociedad adolescentes carentes de criterio y de casi nula capacidad para interpretar la realidad.
Muchos pendientes, es cierto. Por algún lado habrá que empezar, para transformar el drama diario, y solo se logrará con amplios consensos y verdadero pacto social. ¿Están los líderes a la altura de acometer este desafío?