Ahora todos están juntos y revueltos, y en ese ambiente deben llevar la nave de la gobernabilidad a buen puerto. El metamensaje o lo que habría que interpretarse como lo más elevado del mensaje, es más que claro: El presidente ha privilegiado su propia suerte a los mismos que desean verlo fracasar y abandonó al sector que lo llevó al poder. Lo que ahora se viene es una navegación procelosa, conflictiva y con alta dosis de ingobernabilidad. Todo lo que en teoría ha querido evitar terminará padeciendo.
Como el sistema político paraguayo funciona por pacto o mejor por transas, lo que veremos es que la corrupción, la impunidad y el desarreglo del Estado no podrán ser corregidos, a riesgo de poner en riesgo la “gobernabilidad” del acuerdo que se transformará en abierta provocación a la ciudadanía que hoy delibera en las calles “caiga quien caiga”.
La interpretación de todo esto pueden estar en el carácter y la personalidad del mandatario que no logró entender que su fortaleza está en sintonizar con la sociedad y no con los sectores que lo pueden terminar hundiendo. Las cuestiones que se creían sepultadas como el juramento de Cartes o Nicanor en el Senado ha vuelto a emerger junto con las posibilidades de que la Cámara de Diputados, con Alliana a la cabeza, promueva un juicio político al presidente. Si no lo logran, exigirán espacios de poder, fin de las tímidas investigaciones en la Justicia o participación como siempre en los negocios del Estado.
Claramente todo esto puede terminar aumentando la bronca ciudadana, reducir los niveles de confianza en su gobierno e incrementando los niveles ya críticos de desaceleración económica. Todo esto es un cuadro preocupante, especialmente luego del nivel de paciencia que han mostrado en casi un año de mandato sus mandantes (el pueblo). El crédito se acabó y empieza un nuevo partido con un dibujo táctico sostenido en el viejo modelo donde el objetivo es ver naufragar al Ejecutivo que finalmente cargará sobre sus espaldas toda la responsabilidad del fracaso.
Se acabó la luna de miel con el sector opositor que incrementará su discurso y accionará sobre la base de esta nueva realidad política de reacciones inimaginables. Los liberales expulsarán a los llanistas, quizás a corto plazo, la unidad del coloradismo se hará a costa de los intereses colectivos, la tímida justicia se retraerá y la economía con nuevos impuestos se ralentizará aún más. El metamensaje verdadero es que hay que privilegiar la permanencia en el poder a cualquier costa aunque se pongan en contra de la opinión y el deseo populares.
Este discurso narrativo concluye casi siempre en forma de tragedia. Todo terminará en un fracaso, no se quiere para nada eso, pero se hace cada día algo que concluirá en ese lamentable final. Esto generalmente aparece luego del tercer año de gobierno, ahora lo estamos viendo antes de concluir el primero. Es absolutamente razonable la amplia duda ciudadana ante las incoherencias y contradicciones que supone el mal paso político del Ejecutivo.
Sus viejos asesores, interesados más en su propia supervivencia, les dirán que ha hecho lo correcto, sin embargo, el metamensaje es claro: El presidente se ha puesto la soga al cuello sin que nadie –en apariencia– se lo pidiera.