22 sept. 2025

Medellín: A 40 años de una nueva Iglesia latinoamericana

Hace 40 años, del 24 de agosto al 6 de septiembre de 1968, se realizó en Medellín, Colombia, en el contexto de la aplicación del Concilio Vaticano II, la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Más que un documento, Medellín es un espíritu, un punto de partida, una perspectiva, el inicio de una tradición autóctona, que continúa haciendo camino, especialmente, a través de una red capilar de comunidades eclesiales insertas en los medios populares. Sin alardes, como brasas en medio de las cenizas de este tiempo de invierno eclesial, pero en fidelidad al Evangelio de la justicia, del amor y de la paz.<br> <br>La fuerza y la actualidad de Medellín están en su osadía por hacer una “recepción creativa” del Concilio Vaticano II, en el contexto de la Iglesia en América Latina. En realidad, su episcopado, hasta entonces acostumbrado a una postura mimética de las decisiones tomadas del otro lado del mar, había contribuido poco a la preparación del evento. Pero la participación activa en él, además de promover una mayor integración de sus miembros, propició una vuelta a casa imbuidos de su espíritu. Tanto que ellos fueron los primeros del mundo en dar un rostro propio a sus Iglesias locales. Para ellos, no se trataba simplemente de implementar el Concilio, sino de recibirlo de manera contextualizada, buscando situar “La Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del Concilio”, como atestigua el título del Documento de Medellín.<br> <br>El tiempo se encargaría de mostrar que era una aventura llena de riesgos y conflictos, pero también de resultados alentadores, tanto que sus intuiciones fundamentales fueron rescatadas y reimpulsadas por Aparecida. En otras palabras: en fidelidad a los ejes fundamentales del Concilio, con Medellín hubo “encarnaciones”, “aplicaciones” -hoy diríamos “inculturaciones"- que hicieron del Vaticano II no sólo un punto de llegada, sino un punto de partida para una evangelización contextualizada, en la perspectiva de los pobres. Con Medellín, la Iglesia en América Latina deja de ser una Iglesia “reflejo” para iniciar un proceso de dar forma a un rostro y a una palabra propia, que generó una “tradición latinoamericana”. <br> <br>A diferencia de estos tiempos de involución eclesial y atrincheramientos identitarios, el papa Juan XXIII, desde el inicio de su pontificado, insistió en la necesidad de una acción eclesial de conjunto en América Latina, que se expresase en un plan de acción. Pero las disparidades entre los obispos impedían su concretización. Habría que esperar una mayor integración, que fue propiciada por la participación en el Concilio, y sobre todo una sintonía con su espíritu, para que al finalizar el mismo se expresase al Papa el deseo de convocar una Conferencia para poner-lo en práctica en el subcontinente.<br>A diferencia de las demás Conferencias, Medellín tuvo un excelente proceso de preparación, en la perspectiva del Concilio, con diversos encuentros promovidos por los Departamentos del CELAM: en 1966, en Baños, Ecuador, se reflexionó sobre la pastoral de conjunto, educación, acción social y laicos; el mismo año, en Mar del Plata, Argentina, se estudió la aplicación de la “Populorum Progressio” en América Latina; y en Lima, el importante tema de la educación; en 1967, en Buga, Colombia, se trató la cuestión de la Universidad Católica y la pastoral universitaria; y en 1968, en Melgar, Colombia, se estudiaron los nuevos desafíos de la misión ad gentes, concretamente en relación a los pueblos indígenas y afroamericanos. <br>Para la Asamblea se adoptó como metodología de trabajo el método ver-juzgar-actuar, de la Acción Católica, recientemente asumido por el Concilio, especialmente en “Gaudium et Spes”. Como telón de fondo, se adoptó la perspectiva liberadora, que rompía con la postura desarrollista vigente, poniéndose las bases de la futura teología de la liberación. En la Conferencia participaron 249 personas: 145 obispos, 70 sacerdotes, 10 religiosos, 19 laicos y 9 observadores. A diferencia de la Conferencia de Río de Janeiro (1955), no participaron sólo obispos, y el Documento fue publicado inmediatamente a la Asamblea, sin pasar por Roma... ¡Eran otros tiempos!<br> <br>En Medellín se oyó el grito de sufrimiento de los pobres, que delataba el cinismo de los satisfechos. Desde la óptica de los pobres, en Medellín, los obispos se propusieron ayudar a responder a cuatro desafíos del Subcontinente: primero, la fe cristiana confrontada con el grave fenómeno de la pobreza, que amenazaba la vida de gran parte de la población; segundo, una acción evangelizadora que llegara a los sectores populares y también a las estructuras de poder; tercero, promover una liberación integral que conjugara cambio personal y cambio de estructuras; y cuarto, promover un nuevo modelo de Iglesia, auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal. <br>Como respuestas pastorales a estos desafíos, apoyado en el Vaticano II, el Documento de Medellín propone, entre otras: la opción por los pobres, contra la pobreza, como forma de testimonio del Evangelio de Jesucristo; la vivencia de la fe cristiana en comunidades eclesiales de base, alimentadas en la lectura popular de la Biblia e insertas en el lugar social de los pobres; una evangelización que promueva la vida en todas las dimensiones de la persona; una reflexión teológico-pastoral anclada en prácticas liberadoras; la presencia profética en la sociedad, sin miedo de ir hasta el fin, en defensa de los excluidos.<br>En el contexto del Concilio Vaticano II, la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano trajo vientos renovadores a la institución religiosa y los feligreses.<br>Agenor Brighenti<br>Teólogo brasileño<br> <br>Aniversario<br>ALGUNAS DE LAS TENDENCIAS<br>* El Vaticano II llama a ser “una Iglesia de los pobres para ser la Iglesia de todos”. Para Medellín, no basta ser una Iglesia de los pobres. La acción evangelizadora, como testimonio de Jesús, “que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”, pasa por la visibilidad de una Iglesia pobre. (Med 14,7)<br>* El Vaticano II habla de Dios a partir del ser humano y busca servir a Dios sirviendo al ser humano. En la acción evangelizadora, opta por el ser humano. Para Medellín, dada nuestra situación de exclusión, tan escandalosa a los ojos de la fe, y la predilección de Dios por los excluidos, es necesario optar por los pobres. (Med 14,9) No para hacer de ellos un objeto de caridad, sino sujetos de su propia liberación, enseñándoles a ayudarse a sí mismos. (Med 14,10)<br>* El Vaticano II llamó a la Iglesia a insertarse en el mundo, porque, aunque no sea de este mundo, está en el mundo y existe para el mundo. Medellín se preguntará: ¿En qué mundo insertarse? ¿En el mundo de la minoría de incluidos o en el de la mayoría de excluidos? Por lo tanto, la opción por el sujeto social -el pobre- implica al mismo tiempo una opción por su lugar social. La evangelización, en cuanto anuncio encarnado, necesita el soporte de una Iglesia signo, compartiendo la vida de los pobres. (Med 14,15) <br>* El Vaticano II superó todo dualismo entre materia-espíritu, cuerpo-alma, sagrado-profano, historia y meta-historia. En consecuencia, para Medellín, como no hay dos historias, sino una única historia de salvación que se da en la historia profana, la obra de la salvación es una acción de liberación integral y de promoción huma-na. (Med 2,14a; 7,9; 8,4; 8,6; 11,5)<br>