Paraguay invierte en educación alrededor de la mitad de lo que señalan las recomendaciones internacionales. La gravedad del problema no se limita a la inversión educativa, sino al entorno que permite las condiciones de educabilidad, cuya respuesta está en la salud, la calidad de la vivienda, la alimentación, el entorno no violento, la educación de la madre, el uso del tiempo libre en deportes y recreación, la ausencia de trabajo infantil remunerado y no remunerado entre otros factores.
La inversión en todos estos ámbitos también está alrededor de la mitad de lo que han invertido los países cuando iniciaron sus procesos de desarrollo. No hay posibilidad de buenos resultados educativos si los niños, niñas y adolescentes no viven en condiciones que les permitan aprender.
En nuestro país, la pobreza monetaria y multidimensional afecta a alrededor del 40% de la población infantil, mientras que otro 30% vive con altos riesgos de caer en pobreza. La insuficiencia de ingresos en los hogares, la necesidad de aportar económicamente o de cuidar a otros integrantes, la precariedad de las viviendas y la falta de servicios públicos de calidad, el hambre, el embarazo temprano, las enfermedades, la inexistencia de espacios saludables y seguros de esparcimiento y prácticas deportivas generan un entorno poco propicio para el estudio.
En la adolescencia los riesgos aumentan de manera importante, agravando la exclusión del sistema educativo, con lo cual se trunca cualquier posibilidad de trayectoria de vida productiva y con bienestar en la adultez, garantizando pobreza y vulnerabilidad en la vejez.
El Ministerio de Educación señala que para los niveles que tiene a su cargo, la inversión actual es del 2,8%, lo cual da cuenta de la brecha existente con los mínimos necesarios ubicados entre 6% y 7%. Como ejemplo, si se considera el Nivel Medio, el promedio anual gastado sería equivalente a alrededor de USD 1.050, mientras que Chile invierte USD 6.287, Finlandia o Irlanda USD 11.000 y Luxemburgo gasta USD 25.000. Si comparamos con el sector privado, el MEC gasta entre un cuarto y tercio de lo que cuesta una cuota en un colegio privado considerado de “excelencia”.
La educación pública no puede ser considerada un milagro. Si invertimos poco en educación y al igual que en las demás políticas que requieren los niños, niñas y adolescentes para vivir sanos y protegidos, no se puede esperar resultados ni siquiera cercanos a cualquier país que tenga mejor desempeño.
Con el esfuerzo que realiza Paraguay, ningún país ha logrado ni siquiera 12 años promedio de estudio. Contar con 12 años de estudio asegura al menos dejar la pobreza, pero a medida que pasan los años y el mercado laboral se vuelve más exigente esta cantidad de años pierde eficacia.
Nuestro país ya se encuentra en la fase descendente del bono demográfico. Si no aprovecha estos años para alcanzar una cobertura universal y garantizar calidad de la educación, no solo perderá la oportunidad de encaminarse hacia el desarrollo, ni siquiera podrá aspirar a reducir la pobreza.
El argumento de reducir la ineficiencia primero antes de aumentar la inversión, solo logrará obstaculizar el cambio de rumbo que necesitamos, ya que las posibilidades de ganar eficiencia son mínimas si se consideran los bajos niveles de inversión.
Esto no significa que no haya que mejorar la calidad del gasto. Esta es una condición ineludible, pero que debe ir en paralelo a un mayor esfuerzo fiscal ya que parte de la falta de efectividad del gasto educativo se debe a las bajas coberturas de los programas de almuerzo escolar, del alto gasto de bolsillo de las familias, de la ausencia de programas complementarios que acompañen el desarrollo integral de la niñez.