27 abr. 2024

Lucha desintegrada

Lida Duarte – @lidaduarte

Mientras Paraguay infla el pecho por lograr hasta el momento la contención del Covid-19, sin olvidar que las medidas sanitarias arrastran en su camino una serie de violaciones de derechos humanos, la amenaza de un colapso del sistema público sigue latente en medio de decisiones dispares de las naciones vecinas.

En nuestro territorio ocurrieron hasta el momento 11 muertes y hay 884 casos por la pandemia, mucho menos que otros países como Brasil, con el que compartimos una incontrolable frontera seca de más de 400 kilómetros. Nos separan solo unos pasos de los más de 24.500 decesos y casi 400.000 infectados. Le siguen Argentina y Bolivia, donde hay más de 13.000 y 7.000 casos confirmados, respectivamente.

Todos establecieron su propio plan para encarar el virus, tanto desde el aspecto sanitario como el económico, a pesar de intentos históricos de integración, estos países no logran acordar soluciones para necesidades comunes.

En otros aspectos Paraguay tiene poco o nada de motivos para celebrar. De acuerdo con los datos de desarrollo humano de las Naciones Unidas, los años esperados de escolaridad en el 2018 eran de 12,7 años, por debajo de los demás países de la región, que superan los 14 años, en tanto que la desigualdad en educación asciende a más del 18%. En cuanto al presupuesto en gastos corrientes para salud, en el 2016 representaba solo el 8%, participación ampliamente superada por Argentina y Brasil.

Son solo algunos ejemplos de desigualdad entre países que son socios comerciales, pero si nos remontamos a algunos acontecimientos se pueden observar varios avances hacia la integración hasta que frenaron su marcha hace unos cinco años.

ALGUNOS HECHOS. El sociólogo y lingüística estadounidense Noam Chomsky es una de las mentes que interpretan estas relaciones con la intervención de agentes externos.

Durante el Foro Internacional por la Emancipación y la Igualdad, en el 2015, explicó cómo en la Conferencia de Chapultepec, realizada en la pos Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos declaró la guerra al nacionalismo económico que en Latinoamérica pretendía distribuir la riqueza entre los habitantes, mientras que los norteamericanos priorizaban las ganancias para los inversores. En los años siguientes se instauraron las más crueles dictaduras en la región, y que en Paraguay culminó con más de 20.000 víctimas y 400 desaparecidos.

Sin embargo, el poder de EEUU fue decayendo y muestra de ello es que sus propios aliados empezaron a cuestionarlo. En la Cumbre de las Américas realizada en Cartagena, Colombia, en el 2012, cuando varios partidos de derecha habían perdido poder, el propio anfitrión de la cumbre, el presidente colombiano Juan Manuel Santos, rechazó la posición yanqui de excluir a Cuba de la organización, pero también pidió reconsiderar su política antinarcóticos. Opinó lo mismo el mandatario guatemalteco de entonces, Otto Pérez Molina, quien también tenía un lazo de amistad con el Gobierno norteamericano.

NUEVOS HECHOS. Estos indicios invitaban a leer una Latinoamérica que pasaría del nacionalismo individual a una región integrada que podría pelear contra la dominación, pero cuando Chomsky hizo este recuento en un repleto Teatro Cervantes, en Buenos Aires, en un espacio de acceso gratuito y compartido con otros intelectuales de América Latina y Europa, aun se desconocía que la derecha volvería con fuerza en el poder. Una derecha (digna de Trump) que dejó la Unión de Naciones Suramericanas para el olvido y que en algunos casos busca hacer lo mismo con el Mercosur.

Cinco años después, la integración sigue siendo un sueño, entre la prepotencia e ignorancia de los gobernantes y una sociedad que con razón teme más al hambre que al coronavirus.

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