En Belén, va cayendo la tarde y apuntan las estrellas con frío de relente.
Va saliendo del pueblo un grupo humilde: un asno, una mujer sobre él, encinta, un hombre.
Él se ha estado cansando de llamar a las puertas de todos los albergues.
Y humildemente van a buscar en las afueras
algún refugio de pastores.
Y el portento se unió a la sencillez: así nomás.
A la pobre mujer le ha llegado la hora y alumbra.
Es María, la Virgen del anuncio, virgen luego,
y ahora Virgen, en el parto sin dolor y en dulce paz.
Y el niño es Dios, la luz del mundo, el más fino diamante
en la ganga de tierra, hasta su hora que lo cubra.
¡Oh, María, ¿qué vamos a decir ni pensar en esta hora?!
Solo quedar muy recogidos, en tierna adoración,
y sin decir nada, pues todo nos asombra.
R.P. César Alonso de las Heras
Noche de finas flechas florecidas,
en que la luna se olvidó muy lejos:
noche filo de noches, larga noche
en que el grito por fin cuajó en estrella.
Noche abriendo en botón de doble aurora
la rosa enredadera de unas venas.
Noche larga de noches, con un nombre
creciendo como flor en la almohada.
Noche de parto, caminar sangriento
a través de una lanza de diamante
hacia el fulgor lustral de una mirada.
Viajero inexorable de sangre
tu propio corazón llega a tus brazos.
... Curarlo puedes al besar su frente.
Porque amor no es tan solo una palabra
hermosa y breve para pronunciar,
con un poco de leche, miel y pan,
y ha devuelto a mi voz una plegaria
que apenas ya sabía balbucear.
(De puerta a puerta Herodes busca un niño
que no hallará jamás.
De un sitio a otro insistirán en la búsqueda
que nunca acabará.)
Si de Belén a Egipto la pelusa
del lomo de un burrito fue su hogar,
¿por qué he de avergonzarme, si este pecho
acaso lo acurruque un poco más?
(¿Ha nacido algún niño en esta casa?,
a nuestra puerta Herodes gritará.
Y habrá más de un Pilatos cuyas manos
teñirían el Jordán.)
Porque amor es no solo una palabra,
en esta Navidad
un niñito acostado en el pesebre
ofreciéndome leche, miel y pan
desde el remoto origen de los tiempos
me sonreirá.
Quiero, pequeña, decirte una canción de estrellas.
Una canción celeste
como los ojos de los niños que sueñan.
Quiero que el claro son de un caramillo
cante esta noche en tus cabellos
con el sonido leve
de aquellos cascabeles que tú y yo conocimos.
Quiero hacerte, pequeña, un poema de música sencilla:
sólo un desvelo silencioso y triste...
la nostalgia de aquellos ensueños imposibles,
y el recordar las nubes de viejas tardes amarillas.
Quiero que creas en la historia de la primera orquídea.
Y en aquel último murmullo de los labios
que se llevaba el agua en sus luces tranquilas.
Quiero, pequeña, cantarte una canción de Nochebuena.
Me pesa el Niño Dios sobre los hombros
como si yo fuera un Cristo
capaz de redimirlo
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Mi Navidad no tiene
la angustia gozosa de los partos.
Un velón encendido hace las veces
de pesebre y de cántico.
El pan frutal, la copa consumida
y mis ojos que miran las estrellas
en brasas del verano
llevan la esencia de un cariño ausente,
de un amor olvidado
y la nostalgia
de un fervor infantil
un tanto relegado en la memoria
cual un villancico imaginario.
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Mi Navidad no tiene
ya pesebre ni cántico.
Y el ángel que me cuida
se ha dormido cansado.
La poesía, por supuesto, también ha sido tocada por el espíritu navideño. Por eso, estos grandes poetas paraguayos supieron cantarla. Además, cuatro escritores nos cuentan sus visiones y recuerdos sobre la fecha.