Considerar que Antebi Cué -a medida que se publica su radiografía oculta- es una interminable caja de sorpresas es pecar de lesa ingenuidad.
Después de haber visto, a lo largo, ancho y profundidad de los 22 años posteriores al desalojo de la dictadura por las armas, corrupciones de todos los colores en los diversos ámbitos de la vida nacional, nada puede ya causar asombro.
¿Una piscina en medio del campo donde campesinos verdaderos y no ñemocampesinos tendrían que haber estado criando ovejas, cabras, patos, gansos, guineas, caballos y ganado vacuno, puede generar un ooooohhhhhhhh de descubrimiento insólito?
¿Que el bíblico salmo 23 no sea una oración que se reza en la quietud beatífica de una capilla que precede al sueño sino el nombre de una estanzuela que amplió sus alambradas con la compra de derecheras es para sorprenderse?
Está ya suficientemente visto, oído, leído y debatido que Antebi Cué, en la práctica, se convirtió en tierra de los poseedores de medios económicos y no de aquellos py’a nandi que, a esta altura, tendrían que haber estado ya al menos encaminados a ser alguna vez py’a renyhë mbarete porä.
La ausencia del Estado es tan notoria en el lugar no solamente porque funcionarios corruptos del Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert), por acción directa (coima) o por omisión (irresponsabilidad) dejaron que no destinatarios de la reforma agraria agrandaran sus barrigas y engordaran sus reses sino porque los pocos campesinos que aguantaron en el lugar están arrinconados en una vergonzosa pobreza.
“Estamos solos, viviendo gracias a que Dios es grande”, dijo Rómulo Diana a la periodista de Última Hora que le entrevistó en esa tierra candente en que al menos queda el consuelo divino para atenuar el sabor amargo de los sinsabores.
Diana y su familia -con diez años de ocupación del espacio que les fue adjudicado- no tienen agua. ¡Y tienen que recorrer en carreta una legua -cinco kilómetros- para llegar al pozo que les queda más cerca de la casa! En el medio de locomoción utilizado, el recorrido de ida y vuelta de ese tramo tiene que significar por lo menos tres horas.
El lugar, que de por sí es desolador -siguiendo siempre el testimonio de la periodista-, es todavía mucho más lamentable cuando se observa la situación en la que los compatriotas viven.
Los lugareños que se plantaron y no vendieron sus derecheras a brasileños o paraguayos tampoco tienen electricidad. Como antes de 1980, tienen que alumbrarse con lámpara mbopi, lampíum, velas de cebo y algunas que otras veces con una Petromax .
Si alguien duda del trabajo relevante de la prensa, aquí hay un argumento que derrite esa incredulidad. Si no se hubiera puesto a consideración de la opinión pública las posesiones de “Mangaleno” y sus hijos en la zona, con lo que después continuó como seguimiento natural del tema, Antebi Cué hubiese sido aún el reino del silencio y la impunidad. Los mboriahu apï jamás hubieran contado sus penurias y los compradores compulsivos hubieran seguido acumulando derecheras.
En estos días, muy “entusiasmado” el Indert ve cuál es la situación verdadera. A la par de cumplir su compromiso con retraso imperdonable, se debería observar ya en el terreno que por su iniciativa se cavan pozos y que las columnas de cemento de la ANDE empiezan a ponerse en fila.
Es importante reescribir la historia, pero también que esa pobre gente pobre acceda a los elementales beneficios de la civilización.