Tras el asesinato del periodista Pablo Medina a manos de sicarios del narcotráfico, el 16 de octubre de 2014, en la zona fronteriza de Canindeyú, muchos descubrieron con asombro la palabra “narcopolítica”, como si ella nombrara un concepto recién inventado.
Nada que ver. En los años 60 y 70, varios políticos y militares del entorno del dictador Alfredo Stroessner, junto a sus socios empresarios, ya manejaban las redes del tráfico de heroína, cocaína y marihuana, además del contrabando de armas, cigarrillos, whiskys, perfumes y electrónicos, como lo demuestra documentadamente la película Paraguay, droga y banana de Juan Manuel Salinas.
Ahora, cuando acribillan a balazos una lujosa camioneta todoterreno en la nueva zona chuchi de Asunción, el mismo sector que se busca vender for export como el nuevo centro financiero y urbanístico del Paraguay, causando la trágica muerte de un hombre y su pequeño hijo de 5 años de edad, muchos descubren con asombro la palabra “sicariato” como si ella nombrara un concepto recién inventado y además elevan voces de alarma e indignación, dando a intender que los sicarios están operando por primera vez en la capital.
Nada que ver. Olvidan acaso la violenta y criminal manera en que asesinaron al general Ramón Rosa Rodríguez en octubre de 1994 o al vicepresidente Luis María Argaña en marzo de 1999, también en céntricas calles asuncenas. O no recuerdan la brutal forma en que, en enero de este mismo año, acribillaron a la pareja de brasileños Paulo Jacques y Milena Soares, en el barrio Republicano, luego deque estos visitaron al presunto capo narco Jarvis Chimenes Pavão en su prisión de la Agrupación Especializada, igual como lo hizo el ahora atacado William Giménez Bernal.
La verdad es que el sicariato ha rondado siempre por aquí, aunque en la capital los sicarios guarden más las apariencias, con respecto a cómo actúan regularmente en la frontera, tal vez porque allá el terreno les resulta más propicio. Pero cuando tienen que matar, matan en donde sea, porque se sienten cada vez más a sus anchas. ¿Cuántos son los que han sido capturados y les ha caído encima el peso de la Justicia?
Gringo, Jarbas, Galán, Cabeza Branca, Pingo... no son nombres de personajes de una serie televisiva de Netflix. Son personas reales que aparecen en las noticias casi diarias, en las conversaciones frecuentes, en los programas políticos de televisión, en los corrillos políticos... a veces incluso en las fotos de las secciones de grandes eventos sociales.
Más peligrosos que los sicarios que cobran por matar impunemente son los legisladores, policías, fiscales, jueces, políticos y autoridades que también reciben plata del crimen organizado. Aquellos cobran para matar a personas concretas. Estos, para matar sueños colectivos, para asesinar a la democracia.
Al menos, mientras permitamos que lo sigan haciendo.