“Mirad mis manos y mis pies: Soy yo en persona”. Jesús resucitado nos invita a contemplar las llagas gloriosas de sus manos y sus pies. Él no desea que olvidemos jamás cuánto nos ha amado, pues en sus llagas hemos sido salvados.
Jesús muestra sus heridas. Jesús desea ser reconocido en sus llagas gloriosas. Ellas son el sello que el amor ha dejado impreso para siempre en su cuerpo glorioso. En sus manos, en sus pies y en su costado.
Esta sencilla manifestación expresa el maravilloso significado de la Cruz. Las señales del amor de Jesucristo por la humanidad no se quedan en el Calvario, sino que han subido al Cielo. Han subido a la gloria. Es cierto que ya no sangran, pero siguen diciendo lo mismo que expresaron en el Calvario.
Jesús nos enseña con sus llagas gloriosas que no debo tener miedo a las heridas. Que el sufrimiento es la manifestación más sublime del amor. Y que las heridas del amor no hay por qué esconderlas. Y también nos enseña que para vivir como resucitado debo vivir como crucificado.
Nosotros, con nuestra lógica mundana, evitamos cualquier señal y recuerdo de sufrimiento humano. Todo recuerdo de la muerte es eliminado de la vida pública, de la conversación cotidiana… Pero Jesús, con su lógica divina, publica y eterniza su pasión y su muerte. Él no quiere olvidar lo que hizo, por eso sus llagas son como el tatuaje del amor por nosotros.
Y, sobre todo, no quiere que nosotros nos olvidemos de lo que Él hizo. De lo que sigue haciendo cada día de modo incruento en el sacrificio de la santa Misa.
Tú y yo y todos deseamos acercarnos a esas señales del amor divino y besarlas con la misma devoción y ternura con que María las besa en el Cielo. Llagas que ya no sangran pero que regalan vida sobrenatural. Tú y yo y todos deseamos comulgar pura y humildemente con su cuerpo glorioso.
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2023-04-13/).