Persistir en el interrogatorio pese a que la persona ya dijo que no iba a responder hace que el periodista sea molestoso, y queda mal parado. Además, la falta de respuesta del entrevistado en realidad lo deja mal a él, ya que se nota que tiene algo que ocultar. Va también por el respeto que debe haber entre ambas partes.
La pregunta es el arma principal del periodista. Es el método que usamos para obtener noticias, opiniones, semblanzas. Con ella, logramos descubrir lo que se quiere ocultar, en especial si el entrevistado no transita por el camino de la honestidad.
Si una entrevista sale mal es siempre culpa del periodista porque es el que debe guiar la charla, hacer las preguntas correctas. Cada consulta tiene un objetivo que no debe ser otro que obtener información.
Pero las preguntas deben hacerse con buena fe. Con fair play, como dicen en términos futbolísticos. Es que somos nosotros los que publicaremos la nota, pero con la globalización, preguntar con malicia o tergiversar respuestas, se nota y mucho.
De ahí que debemos cuidarnos tanto periodistas como entrevistados, ya que ambos están bajo la mira ciudadana. Por eso no podemos enojarnos cuando la pregunta se hace bien y con buena fe, porque a través de ella la ciudadanía puede conocer qué harán sus autoridades, cómo piensan, cuáles son sus objetivos.
Cuestionar consultas de la prensa si son hechas de buena manera, sin malicia como dije, y atacar al entrevistador tratando de minar su credibilidad, su moralidad, solo demuestra el nivel de autoridades que tenemos, al más puro estilo dictatorial, donde los comunicadores iban a las mazmorras por cuestionarlos.
Desde este lado, también tenemos que aprender. Hace poco un colega había sido objeto de violencia porque hizo una nota a una víctima que no quería ser entrevistada y esto no fue respetado, al punto de violar su intimidad.
El grabar sin que lo sepa la otra persona por ejemplo es una de las mayores faltas de ética en la profesión. Incluso podríamos ser acusados de un hecho punible. Pero varios lo hacen sin remordimientos.
En los tribunales ya fue objeto de estudio en varias ocasiones la delgada línea que separa la libertad de prensa, el derecho a la información con el derecho a la intimidad, todos consagrados constitucionalmente.
Las buenas sentencias hacen una diferencia sobre cuándo prevalece el derecho a la información, libertad de prensa y cuándo lo hace el derecho a la intimidad. Cuáles son los límites en nuestro actuar. Y ellos están en la misma Carta Magna.
“La prueba de la verdad y de la notoriedad no serán admisibles en los procesos que se promoviesen con motivo de publicaciones de cualquier carácter que afecten al honor, a la reputación o a la dignidad de las personas...”, dice el artículo 23 de la Carta Magna.
“Dichas pruebas serán admitidas cuando el proceso fuera promovido por la publicación de censuras a la conducta pública de los funcionarios del Estado, y en los demás casos establecidos expresamente por la ley”, agrega la normativa.
Evidentemente, nuestro trabajo tiene límites que deben ser respetados. Nuestra tarea debe ser hecha con responsabilidad, honestidad y buena fe. El periodismo debe ser ejercido para el bien de la sociedad y dar la información correcta sirve para llegar a eso.
Pero también las autoridades están limitadas por la misma ley. Están obligadas a ser transparentes, a informar de sus actos, ya que de alguna forma se renuncia al derecho a la intimidad en los asuntos públicos. Esconder los actos, maquillarlos, atacar a la prensa solo para desviar la atención no es el camino. Tanto periodistas como autoridades debemos respetar los límites.