Cómo se logra que una sociedad sea más justa y humana? Esta pregunta no es ajena a los conflictos personales y sociales que hoy nos inquietan con abrumadora tensión. La angustia estremece al individuo cuando la injusticia golpea su existencia, a pesar del visible empeño que ha puesto para distinguirse por su inteligencia y honorabilidad. De igual manera la sociedad se conmociona cuando los intereses sectoriales impiden que se pueda avanzar hacia un sistema razonablemente ordenado y justo. También, a pesar del Estado, las instituciones y las leyes que deben garantizar la digna convivencia y una sólida cohesión social.
La respuesta a esta interrogante la buscaron los filósofos de todos los tiempos. Unos, como Platón, Aristóteles, Hobbes, Hegel, Marx, Sartre y Habermas, pensaron que el Bien y la Justicia podrían lograrse desde la Política. La función de ésta es constituir un Estado, un ordenamiento jurídico y la formación de una conciencia ciudadana que contribuyan a la re-construcción de una sociedad civilizada y razonable. Civilizada toda vez que el derecho y la libertad tengan efectiva vigencia en las relaciones de los ciudadanos. Y razonable siempre que la igualdad y el bien-estar de todos sean la finalidad de la política. Otros, como Spinoza, Kant, Kierkegaard y Marcel, trataron de fundamentar que del mutuo respeto de las personas depende el estado de justicia que el conjunto de la sociedad pueda vivir. Y que para ese fin es fundamental que la Ética enseñe a cada cual las virtudes que harán que su práctica edifique la propia vida digna y la dignidad de los otros con quienes comparte el destino de la sociedad.
¿De qué manera podemos bajar a la acción constructiva de lo social estas generalizaciones que, en cada uno de estos filósofos, tuvieron, no obstante, sus proposiciones metodológicas y concretas? Nosotros, tanto desde la perspectiva de la Política como desde la Ética, queremos plantear que la construcción de una sociedad justa y humana requiere la vivencia de dos virtudes esenciales. Esenciales no solo por su universalidad, sino porque son imprescindibles para que aquí y ahora, en este lugar y en este presente que se desplaza hacia el futuro, podamos resolver las desigualdades y las inequidades.
ESAS VIRTUDES SON LA RECTITUD Y LA GENEROSIDAD.
Exploremos sus significados para comprender sus respectivas importancias. Spinoza decía que sin la definición de un concepto no era posible cumplir con la exigencia metodológica de Descartes de las “ideas claras y distintas”. Y a las que él agregaba que esas ideas deben ser demostradas “según el orden geométrico”. La rectitud precisamente puede ser aprehendida, y valorada, conforme a esas categorías, al igual que la noción de la generosidad.
La rectitud procede del latín rectitudo, que alude a lo recto, como la distancia más corta entre dos puntos. Pero lo recto, rectus, quiere decir al mismo tiempo que no se inclina. Del primero se infiere la derechura, la línea recta que no se desvía ni se aparta del camino. Del segundo significado, lo recto, ya se distingue la cualidad de lo sencillo, el corte rectilíneo, sin pliegues que vuelven difusas y ambiguas las líneas. Extrapolando a los campos de la filosofía, del derecho y de la ética estas definiciones, la rectitud rápidamente se identifica con lo justo, y del mismo modo implica el conocimiento preciso y el uso de la recta razón, no la opinión falaz. El conocimiento exacto de las cosas remite también a la justificación lógica, a la afirmación que se demuestra. Por ejemplo, si lo recto no se inclina o el hombre justo no se aparta de su posición perpendicular, no baja la cabeza o encorva el cuerpo para rendir pleitesía o humillarse, es porque le asiste razón y le ampara la justa causa. Su conducta se ajusta a derecho, no viola la ley ni quebranta las normas y las buenas costumbres.
Al mantenerse erguido y con la frente en alto, el ser humano adopta la actitud de “firmeza”, otro de los valores de la ética spinoziana. El que permanece vertical, erecto, se deja ver, exhibe su existencia con entereza. Y, con constancia, persevera en sus ideales, en seguir el camino de la honra que ha elegido. No vacila ante la injusticia. La fuerza de su razón no se abate a la sinrazón del uso abusivo del poder. Está parado para con valor resistir a las afrentas. Y armado de los principios de ecuanimidad, su firmeza es más sólida para cimentar la lucha por la dignidad humana. De esta manera, la rectitud es igual a la firmeza, porque no se trata de la endeble soberbia ni de la débil postura del que no se apoya en la verdad y en el saber verificativo.
En lo social, la rectitud no puede convivir con las iniquidades. La integridad que postula, y que depende de la entereza, se siente amenazada frente a las políticas que fomentan la concentración y con indiferencia miran cómo crece su opuesto: la desposesión. A raíz de lo cual, la rectitud se ve obligada a erigirse, con mayor firmeza, en movimiento para que las justas causas derroten, con tesón y perseverancia, a la inequidad del orden y de las estructuras sociales. Ya no le basta la Ética, pues los valores no llegan a la conciencia de la sociedad, sino los encarnan solo unos pocos ciudadanos. Proclama entonces una teoría de la justicia para que una filosofía de la emancipación organice y accione una nueva Política. Es la política que centrará sus objetivos en la construcción de una sociedad más justa y humana.
Sin embargo, para que esta política triunfe necesita de la generosidad. Según Spinoza, la generosidad es el deseo del individuo que, guiado por la razón, acude en ayuda de los otros y a unirse a ellos para que, en una férrea relación de amistad y solidaridad, se esfuercen por ser dueños de sí mismos. Divididos por intereses antagónicos y por la ambición de apropiarse de los bienes y aun de los demás hombres, a quienes someten a su voluntad, crean odio, envidia y resentimiento. La armonía que una figura geométrica representa no existe. Todo desemboca irremediablemente en la asimetría. Lo que se reconcilia en un encuentro y unidad se resquebraja. Lo uno, la sociedad, se segmenta. Para recuperar el todo organizado, la cooperación y el entendimiento son inevitables.
El ser humano no se completa a sí mismo. Su completitud solo es posible mediante el complemento con los otros. Y la forma de complementarse es a través de la generosidad, que en latín, generositas, significa propensión, tendencia del carácter y de la cultura a preferir el bien que ennoblece a uno junto a los otros. Pero, a la vez, connota también valentía y decisión de emprender las acciones más nobles y riesgosas, como exponer la propia vida en los magnos acontecimientos de la historia: defensa de la patria, la liberación de los oprimidos, la lucha por la igualdad...
Y, finalmente, Kierkegaard dirá que la suprema dimensión de lo humano es la generosidad. En el gesto de la entrega por el bien ajeno el hombre se reintegra a la plenitud que aspira.
Aquí, ya desde la Ontología, la filosofía del ser en cuanto ser existencial, la generosidad se asocia a la rectitud con el fin de identificar la estrategia de los valores que debemos asumir para, en las circunstancias difíciles del presente, construir la sociedad justa y humana. El cómo, en su preguntar por lo que debemos hacer, se nos abre en condición de sendero a transitar. Sí, a andar, puesto que la rectitud y la generosidad no han sido, obviando las ocasiones excepcionales, el horizonte de nuestro devenir histórico.
El cambio en las instituciones no se podrá realizar si continúa ausente la rectitud, comprendida como el recto obrar, para que en las acciones de quienes las dirigen e integren lo justo y lo razonable sean las inquebrantables normas. Reglas de armónica eficiencia. Por su lado, el cambio para que las estructuras sociales dejen de cobijar las desigualdades necesita la generosidad de todos, ya como la nueva costumbre propensa a unir, a reunir al colectivo del nosotros, para que nadie quede abandonado a la indigencia.
Si para algo sirve el pensar, es para alumbrar la salida a los problemas.
La función de la Política es constituir un Estado, un ordenamiento jurídico y la formación de una conciencia ciudadana que contribuyan a la re-construcción de una sociedad civilizada y razonable.
Filosofía
Juan AndrésCardozo
Filósofo
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