12 jun. 2025

LAS OREJAS DEL PRESIDENTE

Confesiones de un nerd

Yo creía ser un auténtico nerd hasta que asistí a una exposición de comics en Buenos Aires, y en la fila de los mingitorios me encontré con dos cuarentones que vestían mallas de superhéroes.

El primero, flaco y largo, usaba un pijama de Spiderman que le quedaba cuatro talles más grande; y el segundo, bajito y rechoncho, estaba embutido en un minúsculo traje de Batman del que escapaban partes de su peludo abdomen.

Salí para evitar la carcajada y afuera me topé con Mazinger Zeta que venía desabrochándose desesperadamente un pantalón de tubos; seguido de un fulano con poncho y sandalias que pretendía ser la encarnación de Patoruzú.

Ese día supe que aquello no era lo mío. Si bien admito que soy un devorador compulsivo de historietas, y que de chico solo quería ser tripulante del Seaview, el submarino de Viaje al Fondo del Mar, o un viajero más de El Túnel del Tiempo, un muy desarrollado sentido del ridículo me impide traspasar ciertos límites necesarios para integrar plenamente la cofradía.

Además, aquella mañana estaba demasiado deprimido después de leer un maldito análisis sobre la calidad de las instituciones en Paraguay como para dejarme llevar por la más pura y sana fantasía nerd.

Me senté en el patio de comidas de la feria a sorber con amargura mi Coca-Cola. El lugar estaba lleno, y de pronto alguien se detuvo junto a mi mesa y preguntó si podía ocupar la silla vacía que tenía en frente.

Sentate, le dije. Levanté la vista y me encontré con un par de orejas terminadas en punta, dos cejas que hacían una ve corta y el uniforme oficial de la Enterprise.

Le noto triste, terrícola, ¿algún problema”, preguntó. Cuestiones muy básicas que ustedes ya solucionaron hace mil años en Vulcano, respondí, siguiéndole el juego.

¿Puedo ayudar?, insistió. Problemas tribales, le dije, de un planeta que tiene una justicia de mierda, una clase política caníbal, un modelo educativo mediocre y una corrupción galopante.

Interesante, respondió. Los klingon enfrentaron el mismo dilema en el decimotercer capítulo de la cuarta temporada. Lo resolvieron ordenando los problemas según su nivel de importancia y suscribiendo luego un acuerdo básico para iniciar los cambios. Empezaron con la Justicia.

Ellos son civilizados, le dije; nosotros ni siquiera podemos superar el cuoteo para integrar una Corte Suprema decente.

Si no pueden evitar el cuoteo, hagan como los klingon, mantengan el cuoteo pero acuerden que cada tribu elija, cuanto menos, a los mejores de su carpa para llenar su cupo, dijo.

Pero la corrupción seguirá igual, retruqué.

Algoritmo, respondió. Construyan un sistema en el que cada juez solo pueda concluir “A”, “B” o “C” y que cada decisión solo permita seguir por los caminos “A”, “B” o “C”.

En resumen, reduzcan la discrecionalidad. Cuanto menor margen de maniobra tengan los actores, menores niveles de corrupción habrá.

Y cómo vamos a saber que no están saliéndose de “A”, “B” o “C”, insistí. Lo resolvieron los borg en la tercera temporada de la nueva generación. Todos los actos deben ser conocidos por todos. Si usted compra una propiedad en Vulcano debe figurar en los registros digitales.

Si el Ministerio de la Ciencia compra una probeta de la Federación de Planetas debe figurar en los registros digitales. No dejen nada en la oscuridad. Que todo se sepa.

Pero nuestros registros son un desastre, machaqué. Pues arreglarlos debe ser una de las prioridades a ser acordadas con todas las tribus, me señaló.

Comiencen con lo básico: ordenando la casa. No esperen alcanzar las estrellas hoy ni mañana, pero apunten a ellas.

Seguimos hablando otra media hora. Para todo tenía una respuesta lógica. Finalmente, se puso en pie y me comunicó que su nave partía en media hora. En ese momento llegaron su mujer y dos chicos.

“Dale Cacho, sacate esas cosas de la oreja que tenemos que buscar a mamá".

“Ya voy”, respondió. Me miró, extendió la mano con la palma abierta y los dedos juntos y luego los separó en “V”.

Spock se perdió en la multitud.

Terminé mi segunda Coca-Cola y también me fui.

Desde entonces, tengo una sola idea fija. Quiero que a Lugo le crezcan las orejas, pero esta vez quiero que terminen en punta.