Después de la muerte y entierro de Jesús aquel descanso sabático del tiempo judío debió de ser terrible.
Habían sufrido viendo de cerca o desde lejos la pasión de Jesús. Y ahora todo se había acabado. Ni Jesús estaba visiblemente entre ellos.
En aquellos hombres y mujeres campesinos las palabras escuchadas de que iba a resucitar permanecían latentes, pero no las entendían por el dolor.
Iba a costar mucho que entendieran por fe y experimentaran el gozo de la resurrección.
Además se cernía sobre ellos el miedo de ser descubiertos y ajusticiados como su Maestro.
En circunstancias distintas, ahora, nuestra situación en el Paraguay tiene un parecido.
Decía el otro día que estábamos en la situación de un Viernes Santo perenne. ¡Sufrimos como pueblo demasiado! Ahora añado: estamos también en la espera dolorosa del Sábado Santo. ¡Ansiamos que toda ella acabe!
Pero estamos en una espera que nunca acaba. La pobreza, la corrupción de los gobernantes, la ausencia de trabajo para comer todos los días, las muertes antes de tiempo por falta de atención médica y medicamentos, nunca desaparecen. Pasan los años y todo empeora.
Ni las próximas elecciones, ocasión privilegiada de mejorar, dan muchas esperanzas. Prometen repetir “más de lo mismo”.
Y aquí entra el hablar del Jesús que está en medio de nosotros. Jesús resucitó. En el cielo todos la tenemos asegurada por la misericordia de Dios. Pero no acabamos de resucitar en la Tierra.
Resucitar en la Tierra es que el Reino de Dios (vivir humanamente con felicidad) lo tengamos también. Y que nada lo impida: imperios, corporaciones, corruptos políticos, mafia. Ni tampoco nuestra cobardía en frenarlos a todos ellos.
En este Sábado Santo desearía que repitiéramos la palabra “¡Venceremos!”. Significa que el Jesús resucitado en el cielo está entre nosotros para ayudarnos en la Tierra.