El proceso eleccionario del nuevo rector en la Universidad Nacional de Asunción (UNA), que arrojó como resultado el histórico hecho de que por primera vez la institución tendrá una mujer al frente, marca un hito esperanzador.
Particularmente, después de los acontecimientos de setiembre de 2015 que dieron lugar al fabuloso y alentador movimiento estudiantil #UNAnotecalles, que fue una reacción ante la trama corrupta que capitaneaba el entonces rector, Froilán Peralta.
Sin embargo, hay mucho por andar aún, pese a la fuerza de este movimiento y de lo que produjo: Froilán tuvo que renunciar, fue imputado por lesión de confianza en el ejercicio de sus funciones e inducción a un subordinado a un hecho punible. Está por afrontar un juicio oral. Tras él, también cayeron 10 decanos de 12 facultades. Durante el proceso quedaron al descubierto manejos arbitrarios, casos de nepotismo, clientelismo, dilapidación de recursos y absoluta opacidad en la administración de la universidad.
Tras aquel tsunami democrático de #UNAnotecalles, y los aires de transparencia y renovación que impulsaron los propios estudiantes, con apoyo de algunos docentes hastiados de tantos abusos y despilfarro, se generó además el convencimiento de que esa ola transformadora seguiría su curso, y la centenaria universidad se pondría a la altura.
Confiamos que llevaría adelante su propio proceso de transición democrática y modernización. Que quedarían atrás las facultades tipo feudo de cada decano, los centros de estudiantes funcionales a estos y permeables a los tentáculos de los partidos tradicionales, que siempre han buscado contaminar a estas organizaciones.
Pero, según nos cuentan docentes de distintas facultades, no ha sido así. Se fue Froilán y con él una camarilla de incondicionales que se beneficiaron de su deshonesta gestión, pero no todos los que tomaron luego la posta se adhirieron al revolucionario impulso estudiantil de sanear y fortalecer institucionalmente a la UNA.
Contrariamente, el esquema autoritario sigue, así como la cultura de la opacidad por parte de algunos decanos que, paradójicamente, habían estado entre quienes acusaron de lo mismo a Froilán.
También volvió a cobrar fuerza el temor a ser perseguido por denunciar actos de injusticia, falta de transparencia o decisiones con sesgos antidemocráticos. Una situación facilitada por el hecho de que los medios de comunicación y el control ciudadano solo esporádicamente posan la mirada sobre lo que ocurre en las distintas carreras de la UNA. Quizá porque los responsables de dirigir la institución quieren que nada trascienda.
El ímpetu del 2015, que apuntaba a cambios estructurales, fue debilitándose. Como un jardín florecido que de pronto se descuida, deja de regarse y termina invadido por las malezas. Por eso, la ahora ex decana de la Facultad de Ciencias Químicas, ahora rectora, además de demostrar que puede dirigir la institución y desempeñarse en un cargo tan relevante, tiene el gran desafío de reimpulsar aquella primavera de 2015 y reencauzar un proceso discontinuo e inconcluso, que apuntaba a colocar a la Universidad Nacional entre las más prestigiosas de la región. No solo por su calidad académica, sus aportes a la sociedad, sino por graduar a profesionales con un alto nivel de compromiso ciudadano, porque a ello les incentivaron en sus respectivas facultades, por medio de mecanismos de participación democrática. Condiciones que no se conjugan aún ni están vigentes en todas las facultades de la UNA.
Aunque lo más cómodo y rentable sea acomodarse al sistema actual y dejar todo como ha sido y sigue siendo en la UNA, la nueva rectora Zully Vera tiene por delante la gran oportunidad de retomar la senda que abrieron los estudiantes en el 2015, con un gran apoyo ciudadano que celebró lo que parecía el inicio de un cambio profundo en la más importante y antigua universidad pública del país.