13 may. 2025

La segunda muerte del perezoso

Antes del séptimo día

Enigmática y curiosa, la vida del perezoso gigante. Recorría nuestras planicies hace millones de años en una indolente búsqueda de alimentos que no dejó rastros en este territorio con tierra y clima poco propicios a la fosilización. Por algún motivo, desaparecieron hace diez mil años. No hubiéramos sabido mucho más si no fuera porque uno de ellos se refugió y murió en una caverna de caliza cercana a lo que después sería la localidad de San Lázaro.

Y allí quedó, inmóvil en su primera y prolongada muerte, ignorando que el destino le tenía reservado un lugar histórico. Diez mil años después, ese perezoso aparecería magníficamente conservado para revelar a la ciencia los secretos de su extinguida existencia en el Paraguay.

Y allí empezaron sus problemas, el Paraguay. Lo que los científicos celebraron como un fantástico tesoro paleontológico, para otros fue simplemente un tesoro del que había que sacar provecho particular. Los dueños de la propiedad donde estaba la gruta dijeron que solo permitirían la extracción del fósil si se les otorgaba la licencia ambiental para explotar el yacimiento de calizas.

Las autoridades municipales de Vallemí sostuvieron que era un patrimonio del pueblo y no pensaban donar a nadie el preciado perezoso. Pensaban exponerlo en el salón municipal. Los científicos interesados en conservar la pieza fueron amenazados. Recurrieron entonces a las autoridades, solo para encontrarse con una burocracia más lenta que el propio perezoso. La ministra de Cultura no mostró demasiada iniciativa para proteger el hallazgo. La de Defensa les negó un helicóptero para trasladarlo. El intendente local estaba enfrascado en interminables negociaciones sobre la propiedad del vertebrado plesistocénico.

Mientras, los investigadores pegaban gritos de auxilio, como el de Víctor Filippi, quien hace varios meses levantó un emocionante video en YouTube (Fósil de Catonyx cuvieri) en el que se observan las dificultades para acceder al lugar y los cuidados que tuvieron para desenterrarlo.

Hasta que ocurrió lo previsible. De tanto esperar, al perezoso le llegó su segunda muerte. Esta fue peor, por bárbara e idiota. Los restos fósiles fueron destruidos y robados. El perezoso no podrá contarnos la historia de su especie, pero está revelando al mundo la catadura de la nuestra, la de los seres humanos. Curioso, ¿no? Tanto él como nosotros parecemos marcados por la misma indolencia.