(…) El Evangelio de la Misa nos presenta a la viuda que clama sin cesar ante un juez inicuo que se resiste a atenderla, pero que, por la insistencia de la mujer, acabará escuchándola. Dios aparece en la parábola en contraste con el juez. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a él día y noche, y les hará esperar? Si el que es injusto e inicuo decide al final hacer justicia, ¿qué no hará el que es infinitamente bueno, justo y misericordioso? Si la postura del juez es desde el principio de resistencia a la viuda, la de Dios, por el contrario, es siempre paternal y acogedora. Este es el tema central de la parábola: la misericordia divina ante la indigencia de los hombres.
(…) Mucho vale la oración perseverante del justo. Y tiene tanto poder porque pedimos en nombre de Jesús. Él encabeza nuestra petición y actúa de Mediador ante Dios Padre. El Espíritu Santo suscita en nuestra alma la súplica, cuando ni siquiera sabemos lo que debemos pedir. Quien ha de conceder pide con nosotros que nos sea concedido, ¿qué más seguridad podemos desear? Solamente nuestra incapacidad de recibir limita los dones de Dios. Como cuando se va a una fuente con una vasija pequeña o agujereada.
El pueblo cristiano se ha sentido movido a lo largo de los siglos a presentar sus peticiones a Dios a través de su Madre, María, y a la vez Madre nuestra. En Caná de Galilea puso de manifiesto su poder de intercesión ante una necesidad material de unos novios que quizá se encontraron con una afluencia de amigos y conocidos mayor de la prevista.
(…) La Virgen Santa María, siempre atenta a las dificultades y carencias de sus hijos, será el cauce por el que llegarán con prontitud nuestras peticiones hasta su hijo. Y las enderezará si van algo torcidas. “¿Por qué tendrán tanta eficacia los ruegos de María ante Dios?”, se pregunta San Alfonso Mª de Ligorio. Y responde el Santo: “Las oraciones de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones de Madre, de donde procede su eficacia y carácter de autoridad; y como Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede rogar sin ser atendida” (...).
El papa Francisco a propósito de la lectura de hoy dijo: “Jesús invita a orar sin cesar, relatando la parábola de la viuda que pide con insistencia a un juez inicuo que se le haga justicia. De este modo, Dios hace y hará justicia a sus elegidos, que gritan día y noche hacia él, como sucedió con Israel guiado por Moisés fuera de Egipto”.
Cuando Moisés clama le dice: “He sentido el llanto, el lamento de mi pueblo”. El Señor escucha. Y allí hemos escuchado lo que hizo el Señor, esa Palabra omnipotente: “Del cielo viene como un guerrero implacable”.
Cuando el Señor toma la defensa de su pueblo es así: es un guerrero implacable y salva a su pueblo. Salva, renueva todo: Toda la creación fue modelada de nuevo en la propia naturaleza como antes. El Mar Rojo se convierte en un camino sin obstáculos… y aquellos a los que tu mano protegía, pasaron con todo el pueblo.
La fuerza del hombre es la oración y también la oración del hombre humilde es la debilidad de Dios. El Señor es débil solo en esto: es débil con respecto a la oración de su pueblo
El culmen de la fuerza de Dios, de la salvación de Dios, está en la Encarnación del Verbo. El trabajo de todos los sacerdotes es precisamente llamar al corazón de Dios, rezar, rezar al Señor por el pueblo de Dios.
(…) Recordemos siempre que Dios tiene fuerza, cuando él quiere que cambie todo. “Todo fue modelado de nuevo”, dice. Él es capaz de modelar todo de nuevo, pero también tiene una debilidad: nuestra oración...”.