Por Marcelo Duarte
Senador nacional PPQ
Muchas veces y durante muchos años hubiese podido compartir el concepto implícito en el título, pero esta vez no estoy de acuerdo con la frase que, entre otras muletillas como la de “clase política”, se ha incorporado al lenguaje político y periodístico.
La oposición sí tiene un rumbo y sabe bien lo que quiere; lo que no equivale a sostener que su dirigencia, y no la clase política, esté lo suficientemente consciente de los pasos que deberán seguirse para llegar al objetivo deseado y sin cambiar el rumbo escogido.
Existe plena convicción de que solo una oposición unida puede llegar al poder; que para que ello ocurra tendrán que hacerse renunciamientos antes nunca imaginados por los presidenciables de cada partido o movimiento político; que los obstáculos jurídicos son de tal envergadura, que pueden servir de pretexto para no hacer, políticamente, lo que se debe hacer para resolverlos; que el PLRA no puede llegar a la instancia final de decisión de candidaturas con dos postulantes; que hay dos corrientes predominantes que se disputan la hegemonía en la representación del cambio, como lo son la Concertación nacional y Fernando Lugo; que para que eso se dilucide ambos grupos deben abandonar la actitud de atrincheramiento y ponerse a negociar directamente, y, por último, que de no llegar a un acuerdo dentro de la oposición, el régimen sexagenario de abusos, atraso e injusticia va a volver a imponerse por sobre el mayoritario deseo popular de cambio.
Por estas y otras razones podemos decir con propiedad que la oposición de hoy sí tiene un rumbo, cual es presentar un candidato único, y que también sabe lo que quiere, como lo es el llegar al poder en el 2008 para poder iniciar un proceso de profundo cambio estructural en lo económico, en lo social y en lo cultural.
Lo que equivale a decir: un nuevo sistema de producción y comercialización, redistribución equitativa de los beneficios provenientes de la asociación del trabajo y el capital y la instalación de nuevos valores que hagan que todo este esfuerzo vuelva a tener sentido. Ya ni siquiera es un problema ideológico, sino una cuestión de dignidad humana y hasta de supervivencia como nación unida y soberana.