El Señor siempre desea sanarnos de nuestras flaquezas y de nuestros pecados. Y no tenemos necesidad de esperar meses ni días para que pase cerca de nuestra ciudad, o junto a nuestro pueblo... Al mismo Jesús de Nazaret que curó a este leproso le encontramos todos los días en el Sagrario más cercano, en la intimidad del alma en gracia, en el sacramento de la penitencia.
Los santos padres vieron en la lepra la imagen del pecado por su fealdad y repugnancia, por la separación de los demás que ocasiona... El Señor viene a buscar a los enfermos, y él es quien únicamente puede calibrar y medir con toda su tremenda realidad la ofensa del pecado. Por eso nos conmueve su acercamiento al pecador. Él, que es la misma santidad, no se presenta lleno de ira, sino con gran delicadeza y respeto.
«Así es el estilo de Jesús, que vino a dar cumplimiento, no a destruir. Hemos de aprender de este leproso: con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de rodillas reconoce su enfermedad y pide que le cure.
Esta ha de ser nuestra actitud ante la confesión. Pues en ella también quedamos libres de nuestras enfermedades, por grandes que pudieran ser. Y no solo se limpia el pecado; el alma adquiere una gracia nueva, una juventud nueva, una renovación de la vida de Cristo en nosotros.
El papa Francisco, a propósito del Evangelio de hoy, dijo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme…” Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”. La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente… simplemente, porque él sabe y quiere padecer con él, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión.
“No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”. Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía. Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias.
La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y estos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración.
Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: “Impuros”. Imaginen cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es solo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como “si su padre le hubiera escupido en la cara”.
Se extractan frases del papa Francisco, en ocasión de la audiencia general del pasado miércoles, donde expresó: “Continuamos con las catequesis sobre la santa misa. Habíamos llegado a las lecturas”.
“El diálogo entre Dios y su pueblo, desarrollado en la Liturgia de la Palabra de la misa, alcanza el culmen en la proclamación del Evangelio”.
“… Por eso, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de particular honor y veneración. (…) Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo quien nos habla allí. Y por esto nosotros estamos atentos, porque es un coloquio directo. Es el Señor que nos habla….”
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal, http://es.catholic.net y http://w2.vatican.va).