Blas Brítez - Twitter: @Dedalus729
Y de repente, ayer amaneció un piano de cola de 200.000 dólares en el Parlamento. Esa aparición fantasmal en el lobby del Congreso me recuerda a una escena de la película La lección de piano (1993), de Jane Campion. En ella, una mujer escocesa de fines del siglo XIX, Ada McGrath (Holly Hunter), es vendida en matrimonio a Alistair Stewart (Sam Neill), y enviada junto con su joven hija y su piano a vivir con él a Nueva Zelanda; al llegar el barco a destino, los tripulantes abandonan a los viajeros y al instrumento en una inhóspita playa neozelandesa, y el cascarrabias nuevo marido de Ada decreta que el piano se quede allí, en la más absoluta soledad. Pero luego un vecino de Stewart, George Baines (Harvey Keitel), lo compra, y permite a Ada que lo ejecute mientras él pueda tocarla a ella, en tímidos simulacros amorosos que hoy no escandalizarían a nadie. La película, con el piano en medio de todo, se convierte así en una poética de la libertad erótica. De la libertad a secas, más bien. Todo lo contrario a lo que ocurre con el piano legislativo.
La compra en sí, más allá del precio -en internet se puede ver que cuesta entre 147.000 y 165.000 dólares, varios miles menos de lo que se dice que costó-, me parece que no es lo criticable. Lo que sí es, creo, es que la misma demuestra un orden de prioridades en el ámbito de la gestión cultural institucional, como mínimo, absolutamente desentendido de la realidad, de las necesidades más sentidas del ámbito, como resultado más bien de un simple esnobismo caprichoso del señor Jorge Oviedo Matto. Y, por otro lado, habla del “franco” extravío en cuanto a planes y proyectos culturales pensados y diseñados con seriedad, en este caso por parte del Poder Legislativo. Este podría, porque es lo que de hecho le corresponde, legislar sobre postergadas carencias en la cultura, como la Ley del Cine y el Audiovisual, la actualización de la Ley del Libro, la Ley de Mecenazgo, la Ley de Seguridad Social para el Artista, antes que comprar un piano.
Esta onerosa improvisación cultural del Legislativo se halla en consonancia “radical” con el total desinterés y la inoperancia del Poder Ejecutivo en materia de gestión por medio de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), la que hoy día, además de no contar con ninguna hoja de ruta, se encuentra prácticamente en un paro técnico, con decenas de contratados y comisionados -en su mayoría técnicos que accedieron al cargo por concurso- en la incertidumbre.
Aún cuando alguna meritoria orquesta seguramente contará con el flamante instrumento, es evidente que la cultura paraguaya institucional es para el Ejecutivo y el Legislativo un piano solitario en un lobby o una playa, sin Holly Hunter ni Harvey Keitel que lo salven.