En esta ocasión, los miembros de su familia fueron a Cafarnaún, donde sabían que se encontraba con sus discípulos, para hablar con él. Tal vez querían instarle a ser más prudente, ante la creciente oposición de los escribas y fariseos. Al encontrarlo ocupado en la enseñanza de sus discípulos, se quedaron fuera y le enviaron un mensaje.
Esperaban que dejara por un momento su enseñanza y se acercara a ellos. Pero Jesús aprovechó el momento para proclamar una nueva enseñanza a sus discípulos. Extendiendo la mano hacia ellos, proclamó: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Era una declaración que abría horizontes inesperados: Jesús estaba construyendo una nueva familia basada en los lazos espirituales y no en la genealogía. Para pertenecer a ella, dice Jesús, lo único que se requiere es el compromiso de hacer la voluntad de Dios.
Los lazos que se forman entre los cristianos son muy estrechos. Jesús los asemeja a los lazos familiares, y eso demuestra que considera a las familias físicas como una bendición, como escuelas de fraternidad y amor. “Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María”. Sin embargo, esta nueva familia es considerada como una bendición aún más elevada, y extenderá esa fraternidad y amor a todos.
Nosotros pertenecemos a esa familia: “La iglesia no es otra cosa que la familia de Dios”. Jesús enseñó a sus discípulos hasta qué punto somos responsables unos de otros. En la víspera de su pasión les ordenó: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado”.
(Frases de https://opusdei.org/es-py).